Siempre hay alguien que está peor.


marzo 29, 2008

Una sonrisa menos

Mis primeros contactos con personas a través de Internet fueron por Mujer Gorda, el blog que escribía Hernán Casciari hace casi cinco años atrás. Allí conocí amigos que aún conservo y frecuento. Sin embargo, por la misma época convivía con otro grupo muy pequeño, en una página que tenía Javier Morello, casi sin punto de contacto con la vorágine popular que ya despertaba Hernán.
Eramos cinco o seis, y la mejor definición que se me ocurre de ellos es decir que eran unos "ingeniosos habladores de intrascendencias". Nos reuníamos, además del dueño de casa, Bater, Lucas Worcel de Korochi, José Joaquín, Dani the O y yo, y otros que iban y venían.
Con el tiempo, Javier cerró su página y el grupo quedó como un hermoso recuerdo de otra época.
Pero aún así nunca perdimos el contacto entre nosotros y en mayor o menor medida nos reconocíamos en el ciber espacio al cruzarnos. No sólo el mundo es un pañuelo, Internet también.

Esta mañana murió Dani The O. Danilo para nosotros.
No eramos grandes amigos, y sin embargo lograba que sonriera cuando lo veía entrar al talk, porque sabía que en algún momento del día me escribiría una grosería para hacerme reir, y seguiría en lo suyo. Así de cortos eran nuestros encuentros, pero tan presentes.
Danilo era humorista gráfico, sus e-mails nunca eran convencionales: me mandaba historietas irreproducibles para año nuevo, para invitarme a la presentación de su último libro o simplemente para saludarme. Lo último que le dije fue que era memoriosa: me debía un dibujo personalizado que gané en un concurso que organizó. En realidad ganamos todos. Bater también se la está reclamando. Su respuesta fue: "te juro que cumplo antes de morirme". Y se murió sin cumplir.

Me duele usar este espacio para contar estas cosas, no es la finalidad de mi blog. Estoy rompiendo las reglas, pero Danilo se lo merece. Es mi manera de no olvidarlo.


marzo 25, 2008

Gracias

Me tomé unos días para varias cosas. Para volver a trabajar, para ordenar mi casa, para prender la computadora.
No es este un momento bueno en mi vida, ni siquiera tranquilo. Afrontar la muerte de los padres no es fácil para nadie, y mucho menos cuando se vive en carne propia la agonía de los últimos días sabiendo que el final es inevitable.
Racionalmente entiendo todo: los años, la enfermedad, la muerte como parte de la vida. Pero los sentimientos son inmanejables. Tengo mucha angustia. Por mi vieja, por mi papá, por mí.
Con el tiempo me iré acostumbrando a la ausencia, porque lo que queda es eso: acostumbramiento. Uno nunca deja de sentirla. Porque las madres no tienen edad, las necesitamos por igual a los 15 como a los 40.
Quiero agradecerles profundamente a todos. Ustedes no se imaginan como me emocionaron con sus llamados, sus mensajes, sus e-mails. Porque los sentí cerca de verdad, aunque nos separaran muchos kilómetros.
Me queda pedirles un poco de paciencia, por estos días no tengo ganas de escribir. Pero como les dije más arriba, la misma vida se encarga de ayudarte a caminar de nuevo.
Mis infinitas gracias y un abrazo fuerte a todos.

marzo 08, 2008

En un día como hoy...

Chicas, supuestamente hoy es nuestro día. Para mí son todos, pero los varoncitos nos metieron una fecha en el almanaque similar al día del animal, al día de la raza o al día de la secretaria (¿vieron que ellos no tienen uno propio?, es porque los vivos reclaman atención permanente).

En fin, como iba diciéndoles, se supone que debemos saludarnos y felicitarnos ¡por ser mujeres!.
Como yo sigo a la manada, les dejo de regalo (¿alguna recibió algo en esta fecha? yo, más trabajo) un tango que le robé a Canoura de su último cd (Canoura Canta el Tango), que gentilmente me mandó con Gingero la semana pasada.
No, no lo canto yo, lo canta ella, que cada día canta mejor. María.

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marzo 06, 2008

Argentinos go home

Como bien me recordó Interior hace unos días, les debo el relato del porqué (según mi visión socio-cultural e intransigente), los argentinos somos considerados mala gente en todos lados. Así que en cumplimiento de la palabra dada, y antes que me olvide de nuevo, acá va la historia.

Si algo me ponía de mal humor, era escuchar a los extranjeros decir que somos soberbios, ladrones y mal llevados. Mi respuesta para esos casos era que generalizaban, que una golondrina no hace al verano (?) y que personas buenas y malas hay en todo el mundo, sea cual sea la raza o el lugar de nacimiento. Pero nada mejor que darse con la realidad de frente para entender a los demás. Y eso me pasó.

La cosa fue muy simple: mis anteriores salidas del país habían sido a lugares limítrofes, y nunca viajé con otros argentinos, excepto a Colonia (Uruguay) hace muchos años. En ese entonces me sentí ofendida cuando la guía de turismo, mientras recorríamos la ciudad vieja, nos aclaró que allí se podía cruzar la calle con tranquilidad porque los conductores respetaban a los peatones "a menos que el que maneje sea argentino". Sin embargo, volvimos sin lesiones ni contratiempos.
Pero en Brasil fue distinto. Los primeros días eramos un pequeño grupito de porteños y brasileros. Nos saludábamos amablemente y eso era todo. Pero la verdad nos sorprendió cuatro días después, con la llegada de un contingente de cordobeses y rosarinos que inundaron el hotel. Los descubrimos un jueves mientras íbamos a desayunar. El silencio que reinaba los días anteriores se había convertido en gritos de todos los tenores. Nos sentamos en una mesa que quedaba entre tres mujeres mayores con cara de profesoras de matemática y un matrimonio con cuatro hijos pequeños. Las profesoras hablaban entre ellas (hablar es una manera de decir, gritaban para que todos las escucháramos) sobre la "estafa" de la que habían sido víctimas. La queja era porque supuestamente su agente de viajes les había prometido un hotel 5 estrellas internacional, y éste era sólo 4. "Al final, es igual al hotel del Sindicato" decían, mientras yo pensaba en afiliarme urgente al sindicato de las damas, para poder acceder a un lugar así, con canchas de tenis, pileta, spa, sobre el mar impecable de Brasil.*.
Profesoras quejosas inspeccionando un mantel que les ofrecían. "Esto es una porquería, en Rosario consigo mejores", decían.

Por el otro lado, la familia feliz alentaba a sus chiquitos a saltar sobre las sillas, servirse toda la comida posible y tirarla prácticamente sin tocar, al piso.
De allí fuimos a la playa, nos ubicamos en una sombrilla con cuatro reposeras y nos disponíamos a disfrutar del sol cuando un señor con cara de malo vino a reclamarnos el lugar. Lo mirábamos sin entender, sobre todo porque en todas partes había espacios desocupados. La explicación fue que él había visto esa sombrilla a las siete de la mañana y ¡la había reservado!. Le preguntamos adonde hizo semejante cosa, ya que eso no existe ahí. "Dejé una toalla en la reposera", nos contestó. Aquí debo aclarar que las toallas de playas se entregaban en un kiosco de bebidas, que eran recogidas por los mozos cuando no había dueños a la vista. Traté de explicarle eso, pero el señor (rosarino) estaba demasiado enojado para escucharme. Por supuesto, no me molesté en levantarme y le ofrecí que se instale en la sombrilla siguiente (a un metro y medio de la que ocupabamos). Se negó rotundamente. Él quería esa. Después de hablar solo varios minutos, se dio por vencido y se fue.
Ese era el señor que pretendía nuestra sombrilla. Pasaba y nos miraba con asco.

Aproximadamente una hora más tarde fuimos testigos de una riña que estuvo a punto de llegar a las manos, entre un cordobes y un rosarino por una reposera. No es que faltaran, la disputa era porque ninguno de los dos quería caminar diez pasos para buscar otra. La pelea terminó cuando ambos decidieron ir hasta la recepción, que quedaba a unos 20 metros, a pedir que les manden un empleado ¡Para que les traiga la reposera!. Juro que esa situación fue lo más parecido a una película de Woody Allen que ví.

Como buenos argentinos, la mayoría se llevó su termo y su mate para tomar en la playa. El problema es que hay que cambiar la yerba cada tanto. Los brasileros deben saber de nuestras manías porque instalaron unos cestos de basura muy simpáticos, y sobre ellos un cartel gigante que decía en castellano, portugues e inglés "Por favor, tire sus residuos aquí". Pero los argentinos estabamos de vacaciones, ¡estos brasileros no se pensarán que nos íbamos a levantar de nuestras sillas! No señor. La yerba usada va derechito a la arena! Además, el verde combina perfectamente con el blanco y al que no le gusta que mire para otro lado.
Cestos para basura en casi todas las palmeras.

La playa impecable hasta ese momento, empezó a llenarse de papeles, cáscaras de bananas robadas del desayuno (porque por supuesto, sacaban frutas y las escondían en sus bolsos), y de nenitos arrancando las plantas de los maceteros.
Esos mismos nenitos llevaban baldecitos con arena y los tiraban en la pileta, pese al expreso pedido de ducharse antes de entrar. A esa altura me estaban por explotar las venas de la sien, así que me dirigí a un padre pidiéndole que leyera cuanto menos, los carteles. "Que limpien los brazucas" me dijo "para eso pagamos una fortuna por venir".
Que maltrataban a los mozos, que rompieron todas las hamacas paraguayas que estaban colgadas, que Maradona es un genio y Pelé un puto, está demás contárselos. Si se lo imaginaron, acertaron.
Mientras tanto las profesoras seguían insultando a Brasil, los padres discutiendo sobre las sombrillas, las madres tirando yerba hasta en el hall y los nenitos destruyendo lo que encontraran a su paso.
Volví con una sensación de vergüenza ajena y la más absoluta convicción que el resto del mundo tiene razón: somos unos maleducados.

* En Argentina, los sindicatos de trabajadores tienen hoteles en distintos puntos turísticos del país. Aclaro que si bien son agradables, no presentan ningún lujo extra como canchas de tenis, spa o ese tipo de comodidades.

* Las fotos merecen un agradecimiento a la inestimable ayuda del Señor Teta, que me salva de la ignorancia, siempre.

marzo 02, 2008

Mujer de sex-appeal

Si algo mitiga aunque sea un poquito la infamia de tener más de cuarenta años, son los señores que manifiestan tener algún interés por nosotras. No hablo de los admiradores secretos: a esos que les caiga un piano en la cabeza. A esta altura yo necesito demostración explícita y que no lleve a errores. Me refiero a esos señores que nos llenan de piropos y propuestas deshonestas (que después de cierta edad son más que honestas) con alguna intención verdadera. No importa el estado civil nuestro y mucho menos el de ellos, que nos sintamos admiradas no significa que concretemos las fantasías ajenas.

Sin embargo, existen casos de candidatos que lejos de aumentar el ego, nos llevan a tal estado de depresión que terminamos convencidas que lo nuestro es el claustro con las Carmelitas Descalzas.
Tal es el caso de mi romance platónico con el verdulero de la esquina.

Debo aclarar primero que el único pretendiente que poseo es mi marido. Él pretende que yo lave, planche, cocine, limpie... y a esta altura estoy segura que es sólo por costumbre. Algunas veces suele decirme palabras cariñosas como "estás hecha un lechón", que a cualquiera le parecerá ofensivo, sin embargo sé positivamente lo que le gusta la carne de cerdo a él.

Pero no nos alejemos del tema que nos compete. Decía que no tengo candidatos, con excepción del verdulero. Es un hombre mayor (la edad es lo de menos), con las uñas sucias de tierra por vender kilos y kilos de papas (después de todo es un trabajo digno), al que le faltan algunos dientes (tanto trabajo le impide ir al dentista) y me expresa su admiración regalándome un racimo de uvas o, cuando su amor está en el punto máximo, un melón.

Empezó el día que entré por primera vez a su negocio y, ante mi pedido de un kilo de tomates perita, su respuesta fue "los mejores para la más linda". Se lo agradecí con una sonrisa, pagué y me fuí. Pero el gesto más alto de romanticismo lo tuvo la vez que me pidió un ratito de mi tiempo, entró al depósito y me trajo envuelto en papel de seda media docena de huevos doble yema que consiguió especialmente para mí.
Las veces que me acompaña mi marido, me guiña un ojo cómplice y me cuenta sobre el último partido de All Boys.
Indudablemente, este señor está conmigo y eso me indica como ando de sex appeal.

Antes soñaba con conquistar a un millonario que me invite a recorrer el mundo en su avión privado. Hoy estoy un poco más ubicada en cuanto a mi nivel de atracción sobre el sexo masculino. Lo único que me queda es conformarme el repartidor de lácteos que todos los días me grita "De mirarte no me canso... veni y agarrame el ganzo!"

Si este blog no continúa es porque me suicidé. AAAAAAAAYYYYY!