Si algo mitiga aunque sea un poquito la infamia de tener más de cuarenta años, son los señores que manifiestan tener algún interés por nosotras. No hablo de los admiradores secretos: a esos que les caiga un piano en la cabeza. A esta altura yo necesito demostración explícita y que no lleve a errores. Me refiero a esos señores que nos llenan de piropos y propuestas deshonestas (que después de cierta edad son más que honestas) con alguna intención verdadera. No importa el estado civil nuestro y mucho menos el de ellos, que nos sintamos admiradas no significa que concretemos las fantasías ajenas.
Sin embargo, existen casos de candidatos que lejos de aumentar el ego, nos llevan a tal estado de depresión que terminamos convencidas que lo nuestro es el claustro con las Carmelitas Descalzas.
Tal es el caso de mi romance platónico con el verdulero de la esquina.
Debo aclarar primero que el único pretendiente que poseo es mi marido. Él pretende que yo lave, planche, cocine, limpie... y a esta altura estoy segura que es sólo por costumbre. Algunas veces suele decirme palabras cariñosas como "estás hecha un lechón", que a cualquiera le parecerá ofensivo, sin embargo sé positivamente lo que le gusta la carne de cerdo a él.
Pero no nos alejemos del tema que nos compete. Decía que no tengo candidatos, con excepción del verdulero. Es un hombre mayor (la edad es lo de menos), con las uñas sucias de tierra por vender kilos y kilos de papas (después de todo es un trabajo digno), al que le faltan algunos dientes (tanto trabajo le impide ir al dentista) y me expresa su admiración regalándome un racimo de uvas o, cuando su amor está en el punto máximo, un melón.
Empezó el día que entré por primera vez a su negocio y, ante mi pedido de un kilo de tomates perita, su respuesta fue "los mejores para la más linda". Se lo agradecí con una sonrisa, pagué y me fuí. Pero el gesto más alto de romanticismo lo tuvo la vez que me pidió un ratito de mi tiempo, entró al depósito y me trajo envuelto en papel de seda media docena de huevos doble yema que consiguió especialmente para mí.
Las veces que me acompaña mi marido, me guiña un ojo cómplice y me cuenta sobre el último partido de All Boys.
Indudablemente, este señor está conmigo y eso me indica como ando de sex appeal.
Antes soñaba con conquistar a un millonario que me invite a recorrer el mundo en su avión privado. Hoy estoy un poco más ubicada en cuanto a mi nivel de atracción sobre el sexo masculino. Lo único que me queda es conformarme el repartidor de lácteos que todos los días me grita "De mirarte no me canso... veni y agarrame el ganzo!"
Si este blog no continúa es porque me suicidé. AAAAAAAAYYYYY!
# posteado por Ginger : 6:24 p. m.
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