Siempre hay alguien que está peor.


octubre 28, 2008

Memento

En general a las personas que se olvidan de todo suelen decirles "despistadas". A mi siempre me pareció un justificativo demasiado leve. Que alguien se comprometa a realizar una tarea, por ejemplo, y se olvide perjudicando a otros, más que "despistado" me parece "desinteresado" "irresponsable" o "el resto del mundo me chupa un huevo".

Ojo, no digo que honestamente no pueda ocurrirle. Me refiero a que si uno sabe que esas cosas le pasan con frecuencia, lo más lógico es usar un ayuda memoria.

Siempre me consideré una persona memoriosa. Eso sí, con memoria selectiva. Soy capaz de acordarme de las pelotudeces más grandes de mi historia y me olvido totalmente de las que realmente importan. Pero lo mío es enfermedad y no desidia.

Veamos, me acuerdo entre otras cosas que en segundo grado pinté el techo de una casa dibujada de color marrón porque quedaba mejor con el amarillo de las paredes, y no de rojo tejas.
Me acuerdo del día que Guty cerró su antiguo blog y puso un post que decía "Esto es un 404", o que la primera vez que subí al auto del Teta, tenía un asiento de bebé en la parte trasera.
Me acuerdo que en el primer comentario que intercambié con Sonia le pregunté si era de Independiente (su nick por entonces era Diablita) y ella me contestó: "Jamás, soy fanática de River". O que la protagonista de "El Tunel" se llama María Iribarne.

Pero no logro acordarme sin leerlo previamente, el apellido del Ingeniero con el que hablo todos los días desde hace dos meses, por un tema laboral. Y mucho menos la ubicación de las calles del centro. Ni siquiera los números de los colectivos que tomo con frecuencia.

Dentro de mi escala de gravedad, esto sería un diagnóstico intermedio. El problema es la cosa más cotidiana, más prosáica si me permiten.

Esta mañana puse el lavarropas mientras arreglaba mi casa. Una vez que el programa terminó, busqué el canasto, subí a la terraza y recién ahí me di cuenta que estaba vacío. No había llevado la ropa para colgar.

En otra época teníamos acopio de latas de choclo cremoso. Cada vez que iba al supermercado traía dos o tres, porque no me acordaba que ya había comprado. Llegamos a juntar más de 15. Por suerte superé esa etapa y ahora acumulo desodorantes para hombres.

Desde hace un tiempo estoy tratando de recordar como termina el cuento "El misterioso caso del Señor Valdemar", de Poe. Pero me olvido de buscar el libro, o de leerlo por Internet. El argumento lo recuerdo perfecto, pero el final es una verdadera incógnita.

Entre otras cosas, jamás memorizo los remates de los chistes, ni las películas que miro y mucho menos los nombres de los actores. Ni las caras de las personas o la ropa que usan. Puedo describir un cuadro a la perfección y olvidarme el título o quien es el autor.

Los médicos suelen catalogar este tipo de problemas con nombres complicados. Lo mío está calificado como "Memoria anterógrada" y tiene cura . Pero se trata de un tratamiento demasiado agónico y angustioso. Doloroso, triste, terrible. Recordaría todo pero sería una persona malhumorada y mi vida se volvería un calvario. Sopesé en la balanza del bien y del mal las consecuencias. Y decidí que prefiero seguir siendo lo que soy. Salí del consultorio sabiendo que de ahora en más deberé anotar todo.
Porque yo ¡no estoy dispuesta a dejar la cerveza!.

octubre 24, 2008

Octavio

El primer recuerdo que tengo es en la infancia. Lo modelaba en mi imaginación: era fuerte pero suave, atractivo, admirado pero solo mío.
Lo busqué sin conciencia de buscarlo. Cada vez que alguna imagen suya aparecía ante mi vista, me paralizaba. Él estaba ahí y yo no lo alcanzaba.
Un día supe que era exactamente lo que quería. Unirnos, que fuera una extensión mía, que responda a mis deseos.
Conocí varios, pero se trataron de amores pasajeros. No correspondían a la perfección que yo esperaba. Estaba un tiempo con uno para cambiarlo por otro que suponía mejor, y la búsqueda continuaba. Tampoco eran míos, me ofrecían su compañía momentánea y abrazaban otras manos cuando me alejaba.
Me lo presentaron una tarde y lo supe. Que estabamos destinados. Que eramos el uno para el otro. Nada fue más importante que tenerlo, para acariciarlo, cuidarlo, mimarlo. Renuncié a cosas más importantes por él.
Y Octavio dijo sí. Soy tuyo. Estamos viviendo juntos desde hace una semana.
Quiero que lo conozcan, se los presento:





octubre 22, 2008

Recibida de loca

Si nos duele la garganta y el cuerpo, tenemos la nariz congestionada y ganas de estar tirados en la cama sin abrir los ojos decimos que tenemos gripe. Sin embargo, tal afirmación no tiene absoluta veracidad hasta que un profesional de la medicina nos revisa, escucha el sonido de los pulmones, mira el color de los mocos y nos dice con total seguridad: "Señora, usted tiene gripe".

Toda esta explicación previa es para contar que desde ayer estoy matriculada de chiflada. Yo lo suponía y ustedes lo sabían, pero ahora tengo pruebas fehacientes del hecho. Es que me dieron el alta psicológica. ¿Cómo se entiende que me den el alta si justamente, lo que se pretende en una terapia es curar la chifladura?. Es que yo, mis queridos, soy un caso perdido para los especialistas en salud mental. Y el que lo dude, que pida mi historia clínica.

Cuando empecé las sesiones, el principal objetivo era "superar la expectativa angustiosa", que traducido al cristiano quiere decir algo así como que supongo que lo que vaya a pasarle a mis seres queridos en un futuro, será irremediablemente malo. ¿Más fácil?: si suena el teléfono, inmediatamente creo que quien me llame me dará una mala noticia, o será un telemarketer, que para el caso es lo mismo.

El segundo objetivo era "aceptar la muerte como parte inseparable de la vida", que vendría a ser lo mismo que lo anterior, pero con otras palabras.

Durante 20 semanas expuse mis argumentos y en ese mismo tiempo escuché las respuestas racionales de la psicóloga. El problema es que lo que menos tengo es racionalidad. Su principal argumento era "los condicionales no existen en la vida real" (traducción: uno no puede vivir pensando en el "y si hubiese pasado tal cosa", porque no pasaron y no hay garantías que pasaran como uno supone que podrían haber pasado. [Ahora me repiten 10 veces este trabalenguas sin equivocarse, eh?]. Lo mismo para el futuro).

Más o menos por la sesión 7 me había cansado de discutir sobre lo mismo sin llegar a ninguna solución, así que empecé a cuestionar a Freud. Ya les aclaré que yo de racionalidad no tengo nada, y sí mucho de arriesgada. ¿No es una manera muy cómoda de evadir responsabilidades decir que uno actúa de tal manera, equivocándose y echando la culpa a los padres por haberlos retado de chico?. Que a mis hijos no se les ocurra hacerme cargo de nada porque los emboco ya mismo, y en lugar de ver un psiquiatra van a tener que acudir a un traumatólogo.

En resumen, llegadas las 20 entrevistas admitidas por la obra social, la terapeuta me leyó sus conclusiones:
- Con respecto al primer objetivo, dijo, pudiste superar la expectativa en lo que respecta a tu mamá.
La quedé mirando, tratando de determinar si me lo decía en serio o era una broma. A menos que mi vieja tenga línea telefónica en el más allá, veo un poco raro que me llamen para darme una mala noticia sobre su salud. Aunque pensandolo bien, como era bastante hinchapelotas, le pudo dejar encargado al cuidador del cementerio que cada tanto me pida que la cambie de lugar porque no le gustan los vecinos...
-Con respecto al segundo, siguió, pudiste aceptar que la muerte es irremediable y no tiene solución. Y aquí concluye el tratamiento.
Me preocupé. Juro que me preocupé. Mi problema no eran los que se habían ido, sino los que quedaban. Se lo planteé con una pregunta: ¿Y qué hago con respecto a los terrores con mi papá y con mis hijos?. "Eso hay que tratarlo con psicoanálisis, pero en una terapia muchísimo más larga y posiblemente, con medicación", me contestó alegremente.
"¿Entonces tengo el alta pero no me curé?",
"Y... no".

Así que como les digo, soy loca diplomada. No cualquiera. Una masa la psicología.

Pd: De todos modos, la psicóloga que me atendía era un placer de persona. Aunque la mato en el texto, de verdad, la quiero mucho.

octubre 16, 2008

La loca de los libros de queja

Si alguien ajeno a mi vida se dedicara a seguirme, diría que tengo "complejo obsesivo-compulsivo por los libros de queja". Deben quedar pocos lugares en Buenos Aires que no tengan mi firma, DNI y número de teléfono registrados en la parte "Clientes Disconformes".

Es que nada logra provocarme mayores ataques de ira que el maltrato al que me someten vendedores, fabricantes y servidores públicos. Lo peor es que en el momento planeo venganzas sin fin que culminarían con los autores de mi desdicha pidiendo asilo en Chipre, y con el correr de las horas me voy calmando para olvidarlo completamente... hasta el próximo enojo.

Los primeros receptores de mi alboroto fueron los que atendían un 0800 en Unilever. Todo empezó por una publicidad engañosa. Por aquella época soñaba que mis hijos fueran al colegio con el guardapolvos impecable, blanco nieve y almidonado, situación un tanto dificil de lograr en una escuela con patio de tierra. Por entonces, Skip juraba que su jabón para lavarropas cumplía mi deseo. El costo del mismo era tres veces superior al ALA Matic que usaba, pero ante tamaña promesa, no dudé en hacer la inversión y con una alegría incomensurable, puse a lavar las prendas. Ya al colgarlas me dí cuenta que había perdido dinero. Probé una segunda vez con el mismo resultado. A punto estaba de estrellar el paquete contra la pared cuando leí: "¿Sugerencias? Llame a 0800-Unilever". Me atendió un señor muy amable, amabilidad que terminó a los dos segundos de escuchar mis gritos: "¡¡Ustedes son todos unos mentirosos, ese jabón de morondanga cuesta una fortuna y es una porquería!!". El caballero me pidió la dirección y a los tres días me llegaba por correo una caja con una nota de disculpas y varios productos de la empresa a modo de compensación. Sin embargo, me aclaraban que en la televisión decía, en letras chiquitas y a la velocidad de la luz, "prueba realizada después de cinco lavados".

Desde ese día adopté el refrán "No se queje si no se queja" como norma de vida.

Otra vez inicié un juicio contra la Municipalidad de Vicente López. Todo empezó un sábado a la mañana, cuando mi vecina tocó el timbre de mi casa casi de madrugada. "¿Viste lo que pasó en tu vereda?", me dijo. Por ese entonces yo vivía en una esquina. Lo que el día anterior era vereda, ese era un pozo de 1,50 mts. Había allí una caja subterránea de cables telefónicos que, por falta de mantenimiento, se había desmoronado. Inmediatamente llamamos a la Guardia Civil, a Telecom y a Emergencias de la Municipalidad. No vino nadie. Seguimos insistiendo hasta que una semana después llegaron dos señores con casco y determinaron que el problema era de la empresa de teléfonos. Al día siguiente vinieron los de teléfonos que determinaron que las veredas correspondían a la Municipalidad. 6 meses luché con ambos, y ninguno se hacía responsable. El pozo que en principio tenía un diámetro de 1 metro cuadrado alcanzó los dos y medio. Cansada de tanta pavada me presenté ante el Defensor del Pueblo con una motosierra en una mano y una escopeta recortada en otra, más la suma de cartas documento y notas enviadas a ambas instituciones. El señor que ejercía el cargo en ese momento se debió asustar de mi aspecto porque me atendió inmediatamente y juró hacerse cargo. Tres semanas después me llegó un citatorio del Juzgado N° 3: "Ciudadana Ginger Melusina contra Municipalidad de Vicente López" decía. Dos día antes de la audiencia preeliminar una cuadrilla de obreros tapó el pozo, puso baldosas nuevas y me pulió los bronces de las puertas.

La más resonante fue el día que me sentí Evita en las escaleras del Banco Provincia de Buenos Aires, dando un discurso para mis queridos descamisados. (Mike, ¿te acordás?) Una hora cuarenta de cola para pagar las expensas mientras los empleados fumaban, hacían chistes entre ellos, compraban productos por catálogo, tomaban café, pero de atender a los clientes ni hablar. Un solo cajero para más de cincuenta personas, que iba al baño cada tres minutos. La gente hacía exactamente lo que hacemos todos los argentinos: nos quejamos entre nosotros, pero nadie interpelaba a los verdaderos responsables. Nadie menos yo, que tengo alma de quilombera. A los gritos pedí por el gerente bancario, y cuando logré atraer la atención dí mi discurso: señalé con el dedo a los empleados fumadores (atención: yo fumo y no me molesta el humo, pero si hay una norma que prohibe fumar en espacios públicos cerrados, los primeros que deben cumplirla son justamente ellos), mostré a la señorita dedicada a elegir esmaltes para uñas de AVON, exigí que desistalen el msn de las computadoras para que en lugar de chatear, los bancarios hagan su trabajo. Las personas me aplaudían, pero ninguno, (¿Leyeron bien? NINGUNO) me acompañó a firmar la nota de queja en la que pedí la renuncia indeclinable del gerente por mala administración. Todavía tengo la copia firmada por el contador, con sus huellas digitales impresas en azúcar ya que mientras la leía comía una factura.

Hoy me peleé con los empleados de Carrefour. De cada cinco productos de la misma categoría, tres no tienen precio. Se lo reclamé al repositor que me mandó con el encargado, que me mandó con el supervisor, que me mandó a preguntarle a la cajera. Los mandé a la reputa que los parió a todos y pedí el libro de quejas. Saqué una fotocopia y la mandé a Defensa del Consumidor.
Decidí no comprar más en ese supermercado... hasta que me olvide y vuelva. Y me encuentre que nuevamente los artículos no tienen precios y le pregunte al repositor, al encargado, al supervisor, a la cajera...

Esta mañana pensaba en iniciar una campaña contra Carrefour (ya les dije que planeo venganzas interminables). Ahora estoy cayendo en la cuenta que, seguramente, me llamarán del supermercado para pedirme disculpas, lo que estaría bien. Pero siempre se les ocurre hacerlo mientras duermo la siesta.
La verdad, no sé para qué me meto en estos despelotes gratuitos...










octubre 07, 2008


Blog en estado de abandono temporal.

Volveré y seré millones de victorias, siempre (o algo así).



octubre 03, 2008

NO SE ATREVAN A RECORDARMELO

octubre 01, 2008

Tu cocinas, yo no como

Narda Lepes es igualita a vos, dijo Gingero con la misma seguridad que Einstein expuso su teoría sobre la relatividad.
Es verdad, le contesté, si obviamos que ella tiene 15 años y 10 centímetros menos, cara alargada y la mía es redonda, es cocinera y yo necesito receta para preparar café con leche, ella viaja por el mundo probando comidas y a mi me alcanza para llegar hasta el Correo Central con el 109..., ¡tenés razón, somos iguales!
No, no, insistía. Me refiero a que las dos se comen los cubitos de caldos así, sin disolver.

Esta conversación surgió porque el domingo mi marido cumplió años, y mi hijo no tuvo mejor idea que regalarle el libro de mi clon, con el que me tortura desde entonces prometiendo preparar algunas de las asquerosidades que esta chica enseña en él.

Si algo me exaspera de los cocineros, son los ataques de creatividad que descargan sobre los pobres mortales que andamos cerca, pretendiendo que probemos preparados que, a ellos se les ocurre, a nosotros deberían fascinarnos.
Les encanta jugar al científico loco mezclando ananás con mostaza o paté de pavo con un "toquecito" de almibar. Y ahí se los puede ver, gastando fortunas y tiempo en buscar por toda la ciudad un lugar que venda hongos de ciprés para preparar Harira, comida marroquí que les gusta solo a los marroquíes y eso porque no les alcanza para comer otra cosa.

Nada los ofende más que les digamos que tal o cual plato no nos gusta. En mi caso, la expresión que uso para estas situaciones es "Puaj, que asco, comete vos esta porquería", frase que comienza irremediablemente una pelea donde el pseudo cocinero con el que convivo, pretende mi ingestión usando varios métodos que van desde los pobres niños desnutridos de Biafra hasta el derroche monetario del que soy culpable por desperdiciar comida, tirándola a la basura.

Siempre tuve la teoría que aquellos que hablan maravillas de comidas exóticas donde se mezclan lo dulce, lo relajante, lo salado y lo amargo en un solo plato son capaces de cualquier cosa por snobismo, o bien tienen atrofiadas las papilas gustativas. O lo que es peor: nunca lo probaron y se están mandando la parte. ¿Quién puede decir que es rico el farafel oriental, revuelto de garbanzos, coco y peras?. Yo paso, para mí una milanesa con fritas, por favor.

Estoy buscando excusas para ausentarme de casa los días en los que mi marido pretenda usar su regalo, y en castigo, haré quedar al autor de esta desdicha (el que se lo obsequió) sentadito a la mesa esperando su merecido.

¿Qué le regalé yo?. Una hermosa camisa con mucho poliester, como todos los años.