Si alguien ajeno a mi vida se dedicara a seguirme, diría que tengo "complejo obsesivo-compulsivo por los libros de queja". Deben quedar pocos lugares en Buenos Aires que no tengan mi firma, DNI y número de teléfono registrados en la parte "Clientes Disconformes".
Es que nada logra provocarme mayores ataques de ira que el maltrato al que me someten vendedores, fabricantes y servidores públicos. Lo peor es que en el momento planeo venganzas sin fin que culminarían con los autores de mi desdicha pidiendo asilo en Chipre, y con el correr de las horas me voy calmando para olvidarlo completamente... hasta el próximo enojo.
Los primeros receptores de mi alboroto fueron los que atendían un 0800 en Unilever. Todo empezó por una publicidad engañosa. Por aquella época soñaba que mis hijos fueran al colegio con el guardapolvos impecable, blanco nieve y almidonado, situación un tanto dificil de lograr en una escuela con patio de tierra. Por entonces, Skip juraba que su jabón para lavarropas cumplía mi deseo. El costo del mismo era tres veces superior al ALA Matic que usaba, pero ante tamaña promesa, no dudé en hacer la inversión y con una alegría incomensurable, puse a lavar las prendas. Ya al colgarlas me dí cuenta que había perdido dinero. Probé una segunda vez con el mismo resultado. A punto estaba de estrellar el paquete contra la pared cuando leí: "¿Sugerencias? Llame a 0800-Unilever". Me atendió un señor muy amable, amabilidad que terminó a los dos segundos de escuchar mis gritos: "¡¡Ustedes son todos unos mentirosos, ese jabón de morondanga cuesta una fortuna y es una porquería!!". El caballero me pidió la dirección y a los tres días me llegaba por correo una caja con una nota de disculpas y varios productos de la empresa a modo de compensación. Sin embargo, me aclaraban que en la televisión decía, en letras chiquitas y a la velocidad de la luz, "prueba realizada después de cinco lavados".
Desde ese día adopté el refrán "No se queje si no se queja" como norma de vida.
Otra vez inicié un juicio contra la Municipalidad de Vicente López. Todo empezó un sábado a la mañana, cuando mi vecina tocó el timbre de mi casa casi de madrugada. "¿Viste lo que pasó en tu vereda?", me dijo. Por ese entonces yo vivía en una esquina. Lo que el día anterior era vereda, ese era un pozo de 1,50 mts. Había allí una caja subterránea de cables telefónicos que, por falta de mantenimiento, se había desmoronado. Inmediatamente llamamos a la Guardia Civil, a Telecom y a Emergencias de la Municipalidad. No vino nadie. Seguimos insistiendo hasta que una semana después llegaron dos señores con casco y determinaron que el problema era de la empresa de teléfonos. Al día siguiente vinieron los de teléfonos que determinaron que las veredas correspondían a la Municipalidad. 6 meses luché con ambos, y ninguno se hacía responsable. El pozo que en principio tenía un diámetro de 1 metro cuadrado alcanzó los dos y medio. Cansada de tanta pavada me presenté ante el Defensor del Pueblo con una motosierra en una mano y una escopeta recortada en otra, más la suma de cartas documento y notas enviadas a ambas instituciones. El señor que ejercía el cargo en ese momento se debió asustar de mi aspecto porque me atendió inmediatamente y juró hacerse cargo. Tres semanas después me llegó un citatorio del Juzgado N° 3: "Ciudadana Ginger Melusina contra Municipalidad de Vicente López" decía. Dos día antes de la audiencia preeliminar una cuadrilla de obreros tapó el pozo, puso baldosas nuevas y me pulió los bronces de las puertas.
La más resonante fue el día que me sentí Evita en las escaleras del Banco Provincia de Buenos Aires, dando un discurso para mis queridos descamisados. (Mike, ¿te acordás?) Una hora cuarenta de cola para pagar las expensas mientras los empleados fumaban, hacían chistes entre ellos, compraban productos por catálogo, tomaban café, pero de atender a los clientes ni hablar. Un solo cajero para más de cincuenta personas, que iba al baño cada tres minutos. La gente hacía exactamente lo que hacemos todos los argentinos: nos quejamos entre nosotros, pero nadie interpelaba a los verdaderos responsables. Nadie menos yo, que tengo alma de quilombera. A los gritos pedí por el gerente bancario, y cuando logré atraer la atención dí mi discurso: señalé con el dedo a los empleados fumadores (atención: yo fumo y no me molesta el humo, pero si hay una norma que prohibe fumar en espacios públicos cerrados, los primeros que deben cumplirla son justamente ellos), mostré a la señorita dedicada a elegir esmaltes para uñas de AVON, exigí que desistalen el msn de las computadoras para que en lugar de chatear, los bancarios hagan su trabajo. Las personas me aplaudían, pero ninguno, (¿Leyeron bien? NINGUNO) me acompañó a firmar la nota de queja en la que pedí la renuncia indeclinable del gerente por mala administración. Todavía tengo la copia firmada por el contador, con sus huellas digitales impresas en azúcar ya que mientras la leía comía una factura.
Hoy me peleé con los empleados de Carrefour. De cada cinco productos de la misma categoría, tres no tienen precio. Se lo reclamé al repositor que me mandó con el encargado, que me mandó con el supervisor, que me mandó a preguntarle a la cajera. Los mandé a la reputa que los parió a todos y pedí el libro de quejas. Saqué una fotocopia y la mandé a Defensa del Consumidor.
Decidí no comprar más en ese supermercado... hasta que me olvide y vuelva. Y me encuentre que nuevamente los artículos no tienen precios y le pregunte al repositor, al encargado, al supervisor, a la cajera...
Esta mañana pensaba en iniciar una campaña contra Carrefour (ya les dije que planeo venganzas interminables). Ahora estoy cayendo en la cuenta que, seguramente, me llamarán del supermercado para pedirme disculpas, lo que estaría bien. Pero siempre se les ocurre hacerlo mientras duermo la siesta.
La verdad, no sé para qué me meto en estos despelotes gratuitos...
# posteado por Ginger : 5:45 p. m.
haloscan |

