Siempre hay alguien que está peor.


marzo 29, 2007

Qué noche la de anoche

A mí me gusta recibir visitas, sobre todo si se trata de gente divertida. Así que nos pusimos de acuerdo con Duda Desnuda y Cristina Daae para que pasen por aquí a la tardecita.
Las chicas llegaron a eso de las siete de la tarde, impecables, peinaditas y con un ramo de flores. Empezamos hablando de literatura, de filosofía, de música clásica.



Escuchamos a Ojos de Brujo y a Canoura, mientras degustabamos algunas bebidas alcohólicas, dignas de la ocasión.



Queríamos dejar registrado el encuentro a medida que corría la noche.
Y seguíamos degustando.



A las once de la noche, Duda ya había derramado algo así como un litro de lágrimas (Duda llora siempre, no se preocupen), y para tranquilizarla, abrimos otra botellita y nos sacamos una nueva foto.



Después nos contamos nuestras penas, vaso en mano. Para las doce de la noche, ya estabamos más o menos en este estado:



El problema fue cuando las chicas decidieron irse. Ninguna podía levantarse. Al principio no entendíamos porqué. Después miramos la mesa.




Este texto es medio incoherente. Disculpen, todavía me dura la resca.


Aclaraciones:
a) Las fotos engordan como diez kilos.
b) Personalmente somos más lindas
c) Cuando estamos sobrias, somos re-cultas.

marzo 23, 2007

Marcianos al ataque

Mi primer contacto con extraterrestres fue a los siete años, una tardecita de verano mientras mis vecinos y yo cazabamos chicharras en los eucapliptos de la vereda del ferrocarril. El primero en verlos fue Pitu Caro, que había trepado el tronco largo y ya llegaba a las ramas. ¡Platos Voladores! gritó, y todos levantamos la mirada. Allí estaban: círculos de colores brillantes, rojos, naranjas, azules. Bajamos a la calle y el pueblo entero salió a ver que pasaba. A medida que la noche llegaba, los ovnis se iban mezclando con el oscuro del cielo. Al día siguiente Radio Universidad de Córdoba alertaba a los ciudadanos sobre los globos atmosféricos que lanzaba la estación Chamical, para que nadie se asuste. Pero en Ceres habíamos decidido que eran platos voladores y ningún locutor informado nos iba a quitar la ilusión. Algunos tuvieron suerte y fueron visitados por los extraterrestres. Hasta hoy, doña Chola Perez comenta que le dió la mano a un alienígena, y éste le quemó los dedos, en el mismo lugar que un petardo le explotara en Navidad.
La segunda vez fue cuando pasó el cometa West (acá decía originariamente Halley). Yo tendría unos doce y los dueños de negocios que se abrían caían en la tentación de ponerle el nombre de tan ilustre visitante a sus locales. Lo veíamos cuando regresabamos de la pileta de C.C.A.O. (Club Central Argentino Olímpico) y hasta podíamos divisar a los marcianos que lo dirigían. Uno llegó a regalarle un auto volador a don Manassero, que sólo funcionaba cuando todos dormían.
Otras veces poníamos el despertador a las cinco de la mañana, cosa de llegar a tiempo a la plaza del pueblo y ver el ovni que circulaba todos los días con dirección Tucumán-Buenos Aires. Era una lucecita a lo lejos, con destellos rojos y si la noche estaba serena, hasta escuchábamos el ruido que provocaba al romper la barrera del sonido. Durante años no hablé con mi primo porteño, por decirme que un piloto de Aerolíneas tenía la costumbre de avisar que pasaban por Ceres en el avión de las cinco y veinte, gracias al radar instalado en el aeródromo local.
Después llegó "V - Invasión Extraterrestre" y se nos fueron las ganas de tener un encuentro cercano a pesar de ser uno de los lagartos, más lindo que Rodolfo Bebán. Los bichos se querían robar nuestra agua y dejarnos sin ríos. Una especie de Bush moderno, o algo así.
En cada reunión social se tocaba el tema, y nunca faltaba el católico que dijera: "Los extraterrestres existen porque Dios hizo el universo, y no sólo a nosotros". Y uno lo aceptaba como verdad indiscutible, más por las ganas de que te lleven de paseo a galaxias lejanas que por creer que fuera cierto.
Hubo una época en donde los diarios se la pasaban informando sobre abducidos y temblabamos de sólo pensar que algún alien nos meta caños por la nariz o nos abra el cerebro para ver que cosa teníamos adentro.
Después desaparecieron hasta X-Files, donde todos eran malvados, inteligentísimos y feos. (Que increíble el ser humano: siempre imaginamos a lo desconocido 500 veces más inteligentes, pero jamás serán lindos como nosotros), pero Scully y Mulder encontraban la forma de combatirlos, o por lo menos de mantenerlos a raya, y el resto de los mortales ni nos enterabamos y vivíamos felices. ¡Si hasta pagué una entrada al cine para asegurarme que estuviera todo controlado!
No escasearon los que me contaron su experiencia en el cerro Uritorco, pero ahí sólo aterrizan marcianos buenos y no como los de La Pampa que se comen la lengua y el sistema reproductor del ganado. También conozco a otros que dicen mirar la mano de la gente, quien no pueda doblar el meñique no es humano.
Tuve un profesor de geografía que aseguraba que en realidad, los aliens estaban disfrazados de gatos y nos vigilaban a traves de esos ojos con expresiones tan raras que tienen estos animales.
La verdad es que aunque soñé con pasar a integrar la historia como la primer persona que viajara en ovni (y lo pudiera demostrar, claro), hasta hoy estas personitas no se dignaron a invitarme. Sin embargo, creo que aún estoy a tiempo. Y por ello duermo todas las noches con la ventana abierta, esperándolos. Pero llegué a la conclusión que los marcianos son unos materialistas. Se llevaron mi DVD, mi cámara fotográfica y hasta cincuenta dólares que tenía ahorrados. Pero a mí... ni me tocaron.

La Cita

Puntualmente, a las nueve de la noche toqué timbre. Antes había tratado de resolver el enigma con las pocas pistas que tenía: recorrí joyerías preguntando quien fabricaba el tipo de anillo recibido, pero nadie supo decirme. "Parece artesanal" fue la respuesta más reiterada. Caminé por la plaza de Recoleta, por Parque Independencia, buscando un orfebre que los hiciera. Nada. "No lo conozco", me decían. Después probé con la carta, el logotipo no era común. Puse la hoja debajo de una luz brillante buscando el nombre del lugar que había hecho la impresión. Todo lo que ví fueron mis huellas repetidas de tantas veces que la leí. Me dí por vencida y me dije que lo mejor era desenredar esta historia de una buena vez. Ahí fue cuando me decidí.

Lo primero que me sorprendió fue, al ver la ferretería cerrada, la puerta: era de doble hoja. No lo había notado en mi visita anterior. Muy poco tiempo después una mujer la abrió. Me quedé mirándola porque esperaba otra cosa que no podría describir. Tal vez alguien vestido con túnica y cetro en la mano. Ella vestía pantalón y camisa, como cualquiera. Le mostré la carta y me agarró la mano. Vió el anillo y me invitó a pasar. Me llevó a una pequeña salita con dos sillones de cuero y una mesa de caoba que tenía un florero antiguo, vacío. Sin decir nada, me hizo señas para que me sentara y salió por una de las dos puertas que conducían a ese lugar.
Los minutos pasaban y yo estaba cada vez más asustada. Quería irme, dejar todo así y no enterarme. Estaba levantándome cuando entró un hombre. Me dijo que se llamaba Jorge y me dió la bienvenida. Fuimos a otro salón, un poco más grande, donde esperaba un señor canoso, de unos sesenta años, sentado detrás de un escritorio. No se presentó, pero empezó a hablar inmediatamente. Me dijo que sabían, yo era una lectora incansable de historia medieval, nombró los libros que tengo en la biblioteca e hizo referencia a algunos. Conocía donde vivía, cuantos hijos tenía y cual era mi ocupación. Llegaron a mí por una base de datos que registra a quien compra determinados ejemplares con tarjeta de crédito o débito. Confieso que la explicación lejos de tranquilizarme, me provocó terror. Me había quedado sin palabras. El hombre abrió un cajón, sacó un papel color sepia y me pidió que lo leyera. Era una carta manuscrita fechada en el año 1956 y firmada por alguien que no pude descifrar. Estaba escrita en francés. Le pedí que la traduzca y accedió. Se trataba de una delegación de poder para el nombramiento de integrantes de la Fraternidad. En ningún momento mencionaba la palabra Rosacruces, pero explicaba que la misma había sido copiada y entregada de mano en mano por algunos nombres que me resultaban familiares: Raimundo Lulio, Pico de Mirandola, Abraham Abulafia, todos antiguos y reconocidos teólogos. También daba indicaciones sobre los rangos: Serenísimo Emperador, Gran Maestre, Fraternos, Iniciados, etc. Y concluía diciendo que el deber de quien recibiera esa nota era el de velar por los secretos trasmitidos.
Explicó que la Órden practicaba alquimia, pero lejos de su significado literal, se trataba de alquimia espiritual. Que era necesario conservarla pero no divulgarla, porque generarían un caos religioso. Traté de decir que muchos habían sido los que pretendieron modificar la doctrina eclesiástica sin lograrlo. Me ignoró y siguió hablando. De los inicios, de la sucesión, de la importancia que ellos tenían. Supongo que adivinó por mi cara, que todo me sonaba a charlatanería, porque inmediatamente sacó un libro con tapas de cuero, muy viejo y escrito a mano. "Lo que voy a relatar es el primer paso del conocimiento universal", dijo. "Los iniciados tienen acceso y el resto se conoce a medida que asciende en la escala de jerarquías. Sólo el Serenísimo Emperador tiene la verdad absoluta". Antes de comenzar a leer, hizo referencia a la carreta de heno: de allí venían, por pedido de Jacques de Molay y como legado a unos pocos. Me miró unos segundos y comenzó:

Es importante que sepan sobre Lázaro. Nuestro Señor lo resucitó no una, sinó mil veces. Marta sabía que su hermano moría y milagrosamente volvía a la vida después de unas horas. Buscó a Jesús para que sacara el maligno de su cuerpo. Y Jesús lo hizo.

Levantò los ojos y me dijo: ahora sabemos que padecìa epilepsia, enfermedad desconocida en la època. El milagro de Cristo no fue tal. Y siguió:

José de Arimatea era un rico comerciante, fiel discípulo del Señor. Fue en su casa donde Jesús agasajó a sus amigos con la última cena. Pero Él no sabía que sería la última. La conversión del pan y el vino nunca existió.

Se quedó en silencio, caminó por el salón y unos minutos después dijo: lo que voy a revelarle ahora es el último misterio al que puede acceder. El más importante. El más terrible.

Jesús fue bajado de la cruz, dieciocho horas después de la crucifixión.

No entendía. No comprendía el significado de esa afirmación. ¿cuál era la importancia de las horas?. Y entonces me lo dijo: los crucificados morían por trombosis. Se genera por la inmovilidad del cuerpo en posición vertical. Pero ello nunca ocurre antes de veinticuatro horas. La herida en el costado de Cristo, lejos de acelerar su muerte, aumentaría la resistencia. La sangre reconoce un canal de salida y continúa circulando. Jesús no murió en la cruz.

Esperó pacientemente mi respuesta. En mi cabeza las dudas se amontonaban. Fuí seguidora fiel de la historia templaria. Admiré su lucha y su hidalguía, pero me presentaban dos historias contarias, opuestas, y ninguna que pudiera certificar. Sólo palabras heredadas, evangelios apócrifos.
Me saqué el anillo y lo dejé sobre el escritorio. "No quiero continuar con esto", le dije. "No soy digna. Tengo dudas. Prefiero seguir en la nebulosa de preguntas sin respuestas".
Me levanté y salí a la calle. Caminé en la noche dejando pasar varios taxis que ofrecían su servicio: devolverme a mi casa, con mi vida sin secretos.Cuando llegué, mis hijos me esperaban con sus propias historias mundanas y sus voces me llenaron de felicidad.

Esta historia concluye aquí, y , como muchos convendrán, es muy poco para sacar una realidad con unos pies y una cabeza.
No sé si algo de lo escuchado es cierto, tampoco lo cuestiono, porque ya saben ustedes como se vivía por aquellos siglos... Era gente sin alma.

marzo 22, 2007

Recordatorio

Sí. Ya sé. Ustedes están esperando que les diga si anoche fuí a la cita. Mañana se los cuento.

marzo 21, 2007

Reflexiones

No puedo evitarlo. Cada vez que subo a un colectivo de larga distancia me viene a la memoria la misma frase: "nadie muere en las vísperas". Y después comienzo a desarrollar teorías filosóficas un poco baratas, pero para las que aún no encontré respuestas.
¿Qué determina el lugar elegido por una persona para sentarse en un micro, por ejemplo, que sufrirá un accidente y marque ese punto exacto del que dependerá su vida o su muerte?. ¿Por qué alguien cruzará por el lugar, en el momento en que un auto decidirá ignorar un semáforo? ¿Cuál es la causa por la que determinada enfermedad se instale en el cuerpo de unos y no de otros?.
Sería muy simple adjudicar todo a la casualidad, tanto para el que "milagrosamente" sobrevive como para aquel que no. Todos tenemos la fecha de nuestro fin en la frente, suelo escuchar. ¿Pero es cierto eso?. ¿Existe alguna manera de anticiparnos a ello? ¿Se puede engañar a la muerte?.
Hace muchos años, en mi pueblo, un matrimonio viajaba a Córdoba con sus tres hijos. Sufrieron un choque de autos en el que falleciò la esposa y dos de los niños. Mucho tiempo después el padre contrajo nuevas nupcias y tuvo otros hijos. Volvieron de vacaciones y ¿el destino? repitió la historia: murió el hijo vivo de su primer matrimonio. En ninguno de los dos casos el culpable de la tragedia fue este hombre. La primera vez, un camionero se durmiò y los embistiò de frente. La segunda, un conductor imprudente quiso adelantar a otro en la ruta. ¿estaba destinado este chico a no sobrevivir?.
Esta línea de pensamientos debería tranquilizarnos a la hora de evaluar los riesgos en determinadas actividades, sin embargo vivimos alertas y temerosos ante las decisiones que tomamos. La prudencia es necesaria, la obsesión es perjudicial.
Posiblemente este temor a lo desconocido sea lo que nos lleve a aferrarnos a cosas que irónicamente son irracionales, como amuletos, rezos mágicos y pedidos desesperados a santos, vírgenes o dioses. Actitudes que con un mínimo de sentido común caen irremediablemente. Pero aún así, sirven y son válidos. Todo aquello que nos permita vivir con un poco de tranquilidad espiritual siempre es bienvenido.

Pd: Acá debería ir un tema musical, pero Castpost está saturado. Cuando me deje, lo subo.

Pd2: Me llegò el pasaporte. ¿Quieren ver la foto? ¡¡Si se joroban!!

marzo 14, 2007

La Carta

El lector desprevenido puede caer en una verdadera confusión si decide buscar información sobre Rosacruces en Internet. Existen tantas sectas, logias y grupos que se disputan el nombre, que resulta difícil saber quien es realmente cada uno. Algunos dicen descender de antiguos faraones egipcios, otros aseguran poseer los secretos de "Las Bodas Químicas" de Rosenkreutz y los más osados juran ser sucesores de Saint Germain, el inmortal, que vive en ellos. Asimismo, se encuentran representados por símbolos coloridos, con letras góticas e iniciales misteriosas. Sin embargo los auténticos, aquellos que poseen el verdadero saber, se encuentran ocultos. No hay referencias suyas concretas, nadie los menciona. Pero existen.

Exactamente una semana después que el el anillo, llegó la la carta. Nuevamente el sobre sin remitente, sin sello postal. Mi nombre y dirección impreso. Sólo eso.
El sentimiento que me envolvió fue una mezcla de curiosidad y miedo. Quería llegar a mi casa y leerla, pero también sabía que estaba a punto de enterarme de una verdad que hasta ahora, adjudicaba a una broma amistosa. La saqué con cuidado y me decidí. La invitación era concreta: "aspirante". Nada más. No me explicaban como se aprobaba el exámen. Ni siquiera me preguntaban si estaba de acuerdo. El tenor era imperativo, aunque usaran la palabra "invitación".
La dirección no es lejana a mi casa. Quise asegurarme. Tomé el tren y bajé en el tumulto de Chacarita. La cuadra estaba llena de negocios, excepto por una casa y un edificio de departamentos. Ninguno correspondía al número. Pregunté por él y me señalaron una ferretería, antigua, sucia. Entré y pedí lo primero que se me ocurrió: un candado de combinación. Mientras el empleado buscaba distintos modelos yo trataba de grabarme en detalle el lugar. Nada especial, nada que me diera una mínima pista. Me reí de mí por creer que la carta era auténtica. "Sigue la broma" pensé. Compré el candado y mientras guardaba la factura en la cartera algo me llamó la atención: "Ferretería de Oscar Sucre" decía el papel. Nunca fuí buena para los anagramas, pero las letras se acomodaron solas en mi cabeza. Oscar Sucre... rosa cruces. Podía tratarse de una casualidad, o como suele ocurrir, veía lo inexistente en todas partes. Levanté la cabeza y busqué al dueño que se encontraba detrás de la caja registradora. Asintió levemente respondiendo a mi mirada y siguió con lo suyo.
Salí con una sensación que no podría definir, una mezcla entre miedo y curiosidad que todavía me dura.
Sé que no debería publicar este texto. No tengo idea qué se cruzó en mi camino. Sin embargo el sentido común me pide desesperadamente que no lo calle, como una forma de protección.
Todavía no sé si iré a la entrevista. Tengo una semana para pensarlo. Estoy asustada.



marzo 10, 2007

La ilustre señora Laura

Veamos, ¿quién de ustedes tiene un amigo ilustre?. Ajá. Bueno, yo sí. O mejor dicho, lo tendré dentro de dos días, aunque si se trata de contarlo a todo el mundo, dos días más o menos no hacen a la cuestión.
Resulta que en Uruguay, la Canoura es más conocida que el mate. Lo que es muchísimo decir, porque una de las cosas que más me sorprendió cuando estuve en Montevideo, fue ver a la gente en plena peatonal con termo y bombilla a cuestas. Y además inventaron un aparato que se cuelga al cuello como los canguritos de los bebés, pero en lugar de llevar niños, cargan yerba.
Les decía: la conocen todos y lo mejor, sienten una especie de adoración por ella. Claro, así cualquiera con la voz que tiene. Tanto la escuchan, que la gente llama a la empresa de luz sólo para que los dejen esperando media hora, ya que en lugar de tener una musiquita archiconocida y aburrida de Bethoveen, pasan un tema suyo.
La cosa es que el intendente de la ciudad va a darle el próximo martes, el título de Ciudadana Ilustre, que ella seguramente colgará en "el cuarto de Ginger" (lugar de la casa dedicado a la composición musical, que yo bauticé así porque creo, lo inauguré cuando estuve allí), junto con un montón de premios que ya recibió. Pero cada vez que lo vea, no tengo dudas, le recorrerá un frío por la espalda y sólo en ese momento, se dará cuenta de la importancia que tiene ella para sus compatriotas. Después seguirá con su vida; arreglando las plantas del jardín, cocinando para Ani o cosiendo el botón de algún pantalón. Porque Laura merece esa mención por luchadora y buena gente. Que cante increíblemente bien es un agregado.
Como si fuera poco, se liga otra cosa: un galardón que se llama "Montevideana"* y aunque suene a helado, en realidad se trata de una distinción.
Esta vez no puedo acompañarla como en aquel increíble Solís lleno, pero sé que aunque no estemos presentes, todos y cada uno de los que la conocemos sentiremos un inmenso placer: el de formar parte de su vida.



* En Argentina existe una marca de helados llamada "La Montevideana"

** El dibujo es un regalo de Bernardo Erlich a la Señora Canoura, el original se encuentra enmarcado y colgado en "el cuarto de Ginger", además sirvió para ilustrar los afiches que anuncian el evento.


marzo 07, 2007

El Anillo

Antes que lean el texto que sigue a continuación, quiero aclararles que es posible, muchos de ustedes se sorprendan al encontrar una narración distinta a las que acostumbro a escribir, en las que busco incluir un poco de humor a situaciones cotidianas. Tal vez les resulte aburrido o hasta fantástico, pero la realidad logró sorprenderme e incluso asustarme un poco y este es el único medio que encuentro para exorcisar mis ¿miedos?.

Es bien sabido que soy una amante de la historia, en especial de la que se refiere a la Edad Media. Lo expresé en distintos comentarios, tanto aquí como en el blog de amigos. Mi preferencia se inclinó hacia la Órden Templaria, tan de moda por este tiempo gracias a la aparición de El Código Da Vinci. Sin embargo, soy su seguidora desde que leí El Péndulo de Focault, hace más de quince años. Como todo lo que tenga relación con la religión, suele rodearse de un halo de misticismo que no faltó en este caso, donde se los catalogó desde guardianes del Santo Grial hasta conocedores de las leyes naturales al punto de poder modificarla. La realidad es bastante más simple: empezaron como una suerte de custodios en las rutas a Jerusalem y terminaron como banqueros (y por lo tanto, sumamente ricos) privados. Aún así, existen ciertas leyendas que no fueron rebatidas hasta el día de hoy, entre ellas, la de poseedores de secretos que afectaban directamente a la fé católica. Los Templarios desaparecieron porque eran más poderosos que el mismo Papa, quien, junto con el Rey Felipe el Hermoso de Francia, decidió acusarlos de hereje y apropiarse de sus tesoros. Así de simple. Sin embargo, ellos sabían de esta órden papal y pudiendo huir o luchar (no se olviden que eran guerreros), decidieron esperar su sentencia pasivamente.
Lo que cuento a continuación no tiene un fundamento sólido para sostenerse, pero tampoco para negarse.
El último día de la existencia del Temple, Jacobo de Molay, último Gran Maestre, eligió a cinco de sus "gentilhombres" y los puso en conocimiento de los secretos tantos años guardados, con la órden de preservarlos y renacer bajo otro nombre y en otro lugar. Estos secretos debían transmitirse solamente a elegidos capaces de conservarlos y custodiarlos. Esa noche, una carreta cargada de heno partió del castillo del Temple, en Provenza, con rumbo desconocido. En ella viajaban escondidos, los cinco elegidos. Nunca más se supo la suerte que corrieron.
Busqué en libros de autores reconocidos, y otros no tanto, acerca de esta historia. Muy pocos la mencionan y ninguno le dá crédito de certeza.
Con los años surgieron sectas y logias que se decían sucesores de los Templarios. Se puede encontrar al Conde de Saint Germain, a Cagliostro, y a la innumerable cantidad de ramificaciones de masones que hay al día de hoy.
Hace algún tiempo, revisando esas librerías increíbles que existen sobre la calle Corrientes en Buenos Aires, encontré un libro muy chiquito y ajado que explicaba el nacimiento de los Rosacruces. En general, se cree que su creador fue Christian Rosenkreutz, un maestro de las artes ocultas, y sus miembros eran avanzados alquimistas. Pero fue en ese libro donde encontré por tercera vez la historia de la carreta de heno. Y las coincidencias con los templarios empezaron a aparecer. Hurgando un poco más, llegué a la conclusión que la mística esotérica era una simple fachada, sus seguidores tienen intereses más profundos que tratar de convertir el plomo en oro.
Cada año en la Feria del Libro, hay un stand que los representa. Allí se puede encontrar bibliografía sobre ellos e información personal. Siempre quise participar y nunca me lo permitieron. Sólo se puede llegar hasta cierto límite. Hay una suerte de circo que tapa lo otro, y de allí no se puede pasar. De todos modos decidí seguir con mi búsqueda, hasta ahora infructuosa.
Esta mañana encontré en el buzón de correspondencia un sobre pequeño, con mi nombre impreso, sin remitente ni sello postal. Dentro de él había un anillo de plata con una rosa sobre una cruz. Exactamente igual a la que lucen sus seguidores. Pregunté al portero, al encargado, a la administradora, pero nadie lo puso allí. No sé quien me lo mandó. No sé lo que significa ni cual es su sentido. Mientras tanto él descansa aquí, en el dedo índice de mi mano izquierda. Esperando.

marzo 04, 2007

Sufro, luego arreglo

Hace unos días Casciari comentaba sobre su ineptitud para los trabajos manuales. Inmediatamente me solidaricé con Cristina, porque ya se sabe, nada une tanto a las mujeres como padecer la misma desgracia.
Tengo tan poca suerte, que en la lotería de la vida me tocó casarme con el hermano mogólico de Mac Gyver: las poquísimas veces que mi marido intentó realizar un arreglo casero, terminamos llamando a los bomberos, a la policía y hasta a la ambulancia del PAMI. Recuerdo una vez que quiso cambiar el enchufe de un ventilador y dejó sin luz a todo el edificio en el que vivíamos... Él se justifica ante mis reclamos, diciendo que lo suyo es intelectual "los trabajos manuales no son para mí, pero yo puedo calcular la estructura de un puente y vos no", aclara, como si una se levantara a la mañana pensando "hoy voy a preparar zapallitos rellenos para el almuerzo, pero antes debo ver si me conviene construir un puente hasta la verdulería o bajar y cruzar la calle".
Hace unos días debimos cambiar la silla para la computadora. Recorrimos varios negocios hasta que encontramos la que se adaptaba exactamente a lo que buscabamos: era barata. Sin embargo tenía un problema insalvable: venía desarmada. Busqué todas las excusas posibles a fin de no comprarla, pero él insistió y volvimos a casa con una caja de materiales separados y primorosamente embalados. Me fuí a la cocina tratando de evitar lo que sabía, sería una nueva tortura. "UHHH" escuché: "esto es muy complicado". Era mi marido leyendo las instrucciones. El manual decía:
1- Inserte el asiento en el perno de la base.
2- Regule la altura
3- Ajuste el tornillo
4- Fin
Sin embargo, con férrea voluntad despelgó un plástico en el piso, sacó la caja de herramientas y las acomodó como haría un instrumentista que asiste a un neurocirujano para una operación de cerebro altamente compleja: clavos, tuercas, tornillos, martillo, llave inglesa, llave francesa, destornillador philips, común, cabezas intercambiables, torno, taladro, mechas para pared, para vidrio y para metal, cinta de teflón, aisladora y de embalar, pegamento universal, particular y general, etc. Porque el tipo será un inútil, pero a prolijo no le gana nadie. Después de tres horas, la silla estuvo lista. Claro que la única manera de usarla es sentarnos casi sobre el respaldo, porque quedó peligrosamente inclinada hacia adelante.
Esto es sólo un ejemplo de mi sufrimiento cotidiano: nunca faltará alguna cosita para reparar que él no sepa hacer.
Reconozco que comparto la culpa de su inutilidad: ya desde novios lo veía tratando de resolver simples problemas de plomería sin lograrlo, y como buena bocona, le explicaba como solucionarlos. Desde entonces considera que ese tipo de trabajos me corresponde, mientras él, pobre sufrido, se desparrama en la cama a mirar televisión.
Muchas veces pensé en cambiarlo, pero después de mucha meditación caigo en la cuenta que otras soportan males peores: ¡imagínense tener un marido que no sepa cocinar!


marzo 01, 2007

Había una vez...

... un blog. En él, las personas dejaban comentarios y a su vez, tenían sus propios blogs. Muchos de ellos respondía a nombres de fantasía que alentaban la imaginación de quienes no los conocían personalmente. Allí se encontraba un hijo de la Pacha Mama, un señora bastante gruñona, un tanguero de ley, una femme fatal, la protagonista de un clàsico y también estaba ella: el hada Melusina de El Unicornio, la novela de Mujica Lainez, aunque su firma no fuera esa.
Poco a poco, los que iban llegando se animaban y, después de estudiar, preguntar e informarse, aprendían el significado de la palabra "link" y al principio con temor, se dirigían a leer lo que escribían otros en su propia casa. Y descubrían un mundo de cuya existencia pocos sabían.
Cuando arribé al de Melusina, entendì que no me habìa equivocado al imaginarla. Bien conocido es que las hadas reparten magia con su varita y, nunca más literal, eso fue lo que sentí.
No me conformé con leer el texto del día, ni con su foto en la pileta junto a la hija de una amiga, yo quería más. Así que retrocedí y seguí leyendo. Al tercer escrito ya había decidido que era parte de mi mundo, aunque ella no lo supiera. Un día tomé coraje y le escribí una carta: "te nombro mi hada madrina" le dije, aunque no con esas palabras. Y ella aceptó. Y desde entonces está para llenarme de magia cada vez que la necesito, o porque sí, de puro generosa que es.
Barbarita escribió en papel lo que antes podíamos ver, pero no tocar.
Ayer, igual que a Romu, me llegó el correo. Y mi casa se iluminó. Sentí esa alegría que uno sólo puede disfrutar cuando el hecho que la provoca es muy importante. Y orgullo. Mucho pero mucho orgullo, por ser distinguida con su amistad.
Te quiero, Barbie.


Quien desee comprar el libro, lo encarga en esta dirección y se lo llevan a su casita.