Siempre hay alguien que está peor.


noviembre 29, 2006

El pan nuestro de cada día

Sólo una cosa detesto más que a Sofovich: la cocina. Ver ollas y sartenes me provoca esa ira descontrolada que sube despacito desde la boca del estómago y se instala en mi cabeza como la lujuria en Adán. Se lo digo a quien quiera oírme: odio cocinar, no sé hacerlo y no tengo el menor interés en aprender. No interesa cuantos libros de Choly de Berreteaga, la Hermana Bernarda o Blanca Cotta me hayan regalado con la esperanza que alguna vez prepare algo decente. Todos fueron a parar al mismo lado: el cesto de la basura. Yo le avisé a mi marido el día que lo conocí: nunca pude lograr que una gelatina superara el estado líquido, pero él se negó a entenderlo. Para colmo de males me casé con uno que vino con el disco rayado de fábrica. Lo segundo que hace cuando vuelve del trabajo (lo primero, acomodar los almohadones del sillón) es decir "¿qué hay de cena? Tengo mucho hambre porque hoy no almorcé". Es en ese momento cuando se apodera de mí la locura y pico la cebolla hasta dejarla pulverizada y en algunos casos, mezclada con la madera de la tabla, mientras imagino en voz alta estar rebanando la lengua de los habitantes de mi casa, gato incluído. Como no podía ser de otro modo, al orate se le suman los dos adolescentes mal criados que me tocaron en suerte, herederos de la misma falla pero en versión mejorada. El mayorcito repite "¿otra vez bifes?" con una frecuencia tan exacta que hace innecesario el reloj. La menor mira la cacerola mientras pone cara de culo, capaz de lograr que una no distinga cual es su adelante y cual su atrás. "Eso no me gusta", grita cada noche.
Todos parten hacia la heladera para comprobar que es la versión terrenal de un agujero negro. No importa cuantas veces vaya al supermercado, siempre estará vacía por dentro, pero tapada de imanes con números de delivery por fuera.
Ante tanta desconsideración para conmigo, decidí cual será el regalo que recibirá cada uno de ellos la noche de Navidad: un curso de cocina en Maussi Sebés. Y al que no le guste, que se vaya a comer a Mc Donald's

noviembre 27, 2006

La muerte le sienta bien

La historia que voy a contarles pareciera extraída de un cuento de Jorge Amado. Sin embargo sucedió realmente el día viernes pasado para asombro de todos los que la vivimos. Es posible que la causalidad se haya puesto de acuerdo con la casualidad, por esas cosas que tiene el destino.
Para poder explicarla, debo situarlos en la escena. Por una parte tenemos el Cementerio de Olivos sobre la calle Pelliza. La manera de acceder a él para las salas velatorias de Munro, es circular por la vía que pasa frente a mi casa, así que resulta frecuente ver por las mañanas, cortejos fúnebres llevando muerto y deudos hasta donde el primero descansará finalmente.
Por otro lado está Roche. Se le dice así a un predio gigante de cuatro manzanas por dos donde originariamente estaba ubicado el laboratorio medicinal del mismo nombre, y hoy parcelado en secciones en el que se encuentran otro laboratorio y el depósito principal de un centro de distribución de correo privado y logístico. Este tiene su puerta de ingreso sobre la misma calle por donde circulan los funebreros.
Por último, está mi placard, ubicado en la planta alta de la casa, estratégicamente pegado a una ventana.
El viernes pasado me encontraba guardando los pantalones que, acababa de comprobar, ya no me entran, con la esperanza de volver a usarlos algún día, previo paso por una nutricionista.
Es posible que los seres humanos tengamos desarrollado el sentido que nos avisa un instante antes sobre la próxima tragedia que se avecina, me resulta imposible explicar sinó porqué miré por la ventana y ví la carroza fúnebre segundos previos a la calamidad . Me llamó la atención el color del coche: amarillo. Estos suelen ser grises, blancos o negros, pero amarillo nunca había visto. Fue en ese momento cuando escuché el motor de un auto acelerar de manera inusual para una ruta tan transitada, y, saliendo de Roche como un bólido, el automóvil custodia de los camiones, obligó a la carroza a frenar bruscamente para no chocarlo. Quizá ese fue el comienzo de la desgracia que relataré a continuación. Tal vez los tirantes que sujetan el ataud se soltaron, no lo sé. Pero el hecho provocó que el conductor se molestara exageradamente por la maniobra y, una vez despejado el paso, acelerara en extremo para seguir su ruta.
Todo lo que recuerdo es un cajón volando por el aire y estrellándose en el piso. La imágen siguiente es de pies descalzos entre un revoltijo de madera, con media cara asomando y un brazo enfundado en un saco marrón. Por primera vez tuve la sensación del tiempo detenido. Nadie ni nada se movía. Las personas que pasaban por allí se quedaron petrificadas mirando el accidente, donde la única víctima era el muerto. La primera en reaccionar fue la viuda, que bajó de un auto gritando histéricamente para, unos segundos después, empezar a reir de modo compulsivo. Tan contagiosa era su risa que los allí presentes (yo incluída desde mi ventana), no podíamos callar las carcajadas. Viendolo a la distancia, sólo me queda preguntar de qué me reía. Algún psicólogo por ahí dirá que se trata de una protección del cerebro ante situaciones límites, no lo sé. Pero aún hoy recuerdo la escena con espanto y gracia.
Los empleados de la cochería sólo atinaron a juntar los restos (del cajón y del muerto), subirlo al auto y partir rápidamente.
Por favor, a mí que me cremen.

noviembre 24, 2006

Los Coleros

Nadie está a salvo. Todos hemos padecido en algún momento hacer una cola para pagar algo, realizar un trámite o simplemente esperar el colectivo. Aunque Internet nos dé la posibilidad de disminuir la espera, las colas no desaparecerán, como no desapareció la radio con la llegada de la televisión. Y en ellas se hace presente el mayor abanico de personalidades imaginables.
En los Bancos, las colas son para muchos una suerte de sillón de psicoanalista. Basta prestar un poco de atención a las conversaciones que se generan y uno se puede enterar desde las miserias más espantosas hasta la fecha de casamiento de la señorita que está a dos lugares nuestro.
Los jubilados por ejemplo, las aman aunque digan lo contrario. Allí pueden contarle a un desconocido todos los trabajos que realizaron en su vida, o la profesión de sus hijos y jamás dejarán de lado el insulto al corralito y a Cavallo. La mayoría se queja por sus magros ingresos para terminar diez minutos después confesando que poseen una casita en Mar Azul, o que son dueños de varias propiedades en alquiler. Si bien depende del interlocutor que tengan a su alcance, suelen tener un sexto sentido para ubicarse justo delante o detrás de otro que pacientemente escuche y que desde luego, no podrá meter bocadillo. Porque el jubilado nunca oirá a nadie. ¡Ese es su lugar de confesión, de ninguna manera lo relegará para atender dramas ajenos! su compañero de fila solamente está autorizado a darle la razón. Después están los apurados, que tienen como meta criticar al cajero, a la Institución y al Gobierno, siempre en voz alta para que se enteren todos. Ellos no se dirigen a alguien en especial, le hablan a todos, buscando algún par que apoye su queja aunque en medio haya unas diez personas. Terminan formando una verdadera patota de protesta. Los peores son los "a último momento". Esos que van con una pila de formularios sin completar, y lo hacen cuando les toca su turno. Son tremendamente desordenados y demoran horas en ubicar el cheque que corresponde a cada planilla. Usan el bolígrafo del empleado y se ofenden cuando se les pide celeridad. "Yo hice la cola igual que usted" contestan. Se distinguen porque llevan siempre un maletín vacío en una mano y los papeles en la otra. Rara vez completan el trámite que fueron a realizar, ya que siempre les faltará algo y hasta comprenderlo, discutirán largo rato con el cajero. Buscarán la nómina faltante y volverán, pero sin esperar su turno se pondrán en primer lugar suponiendo que la falta de capacidad para hacer las cosas bien una sola vez, los habilita a saltear a los demás.
A lo largo de todos los años que realizo trámites bancarios, escuché y ví las cosas más insólitas: desde gente protestando porque no está visible el cartel de "No fumar" (aunque nadie lo esté haciendo) hasta parejas ventilando sus intimidades al oído de todos. Como ya sé lo que me espera, antes de ir a un Banco utilizo una norma que jamás violo: me tomo un Lexotanil y parto.

noviembre 21, 2006

Hogar, dulce hogar

La cosa es así: estamos remodelando un departamento al que nos iremos a vivir ni bien esté terminado. Se supone que debe ser lindo arreglar algo con nuestro gusto, sobre todo tratandose de la casa que nos albergará. Sí y no. Más no que sí. Pocas cosas son más estresantes para mí que estas. No se trata sólo de elegir el color de las paredes o los sanitarios para el baño. Acá hay que pensar. O sea, pensar por ejemplo que los cerámicos para el piso de la cocina deben ser oscuros, porque se nota menos la mugre y además llevan pastina gris, la blanca se mancha y es imposible sacarla. Pensar que el baño es chico y no entra el canasto para la ropa sucia, ¿adonde lo ponemos entonces?. Además está el hecho de mi escasa imaginación a futuro. Me resisto por todos los medios posibles a ver como avanza la construcción, y mi marido me obliga de todas las maneras existentes a ir. Donde hay un rectángulo con paredes picadas, él ve una cocina completa. Yo llego hasta la bolsa de cemento. Sin embargo siempre encuentra la excusa justa para llevarme. Cuando no se trata de la ubicación de los toma corrientes, es la conexión para el lavarropas, y así hasta el infinito. Y yo vuelvo cada vez más amargada.
El arquitecto Rodolfo Livingston, entre otros muchos libros que publicó, escribió uno llamado "Cirugía de Casas" donde describe de manera inapelable a personas como yo. Hace mucho que lo leí y no recuerdo las palabras textuales, sin embargo decía algo así:

"La mayor manifestación de ansiedad se puede observar en propietarios que deciden construir o remodelar una vivienda. Los albañiles, plomeros, electricistas, ceramistas y ni que decir del arquitecto, son víctimas de esta constante tortura ansiolítica. El dueño no se conforma con la visita diaria que religiosamente lleva a cabo en la obra, además incluye la dominguera a la que va acompañado siempre por un amigo que, nunca falla, deberá reunir la característica de "pinchaglobos". Así, a la inseguridad propia de quien construye, se suman los malos presagios ajenos. Todo empieza con

a) La ubicación de la vivienda.

Pinchaglobos: - ¿Acá compraste?. Erraste che. Mucho tránsito
Dueño: - ¡Pero si la ubicación es buenísima! Tenemos transportes para el centro, para el sur, para el norte...
P: - Ja!, contámela cuando los ruidos no te dejen dormir.

b) La obra en sí misma. (las paredes están sólo con revoque grueso, es decir, gris plomo)

P: - Che, este ambiente es muy oscuro, te convendría agrandar la ventana.
D: - ¿Te parece?, mirá que el ventanal es de pared a pared, ¿dónde querés que ponga otra?
P: - Ah, no sé. Yo estudié farmacia, no arquitectura.

c) El baño

P: - A ver... prestame la cinta métrica... No. No hay caso. Acá no entra el vanitory que elegiste.
D: - Justamente, cuando lo fuimos a comprar tomamos la distancia entre la puerta y la bañadera...
P: - Después no te quejes. Acá van a pasar de costado. Yo te aviso.

d) Los dormitorios

P: - ¿Ese color eligió Gonzalo? Achica la pieza.
D: - Pero tiene mucha iluminación. Fijate que recibe luz solar todo el día...
P: - Ah sí? ¿y los días que está nublado?

e) Los muebles.

P: - ¿Los sillones al lado de la ventana?. Son blancos, se te van a ensuciar de tierra todo el tiempo
D: Bueno... los lavo...
P: - ¿Vos sabés lo que sale lavar sillones? Te conviene retapizarlos.
D: - ¿Vos decís...?

Lunes 7:00 A.M.
D: - ¡¡¡¡ARQUITEEEEECTOOOOO!!!

Exactamente así es mi situación por estos días. ¿Ahora les queda claro muchas cosas?. Bueno, para que lo sepan.



noviembre 17, 2006

19

Hoy es uno de los tres días en el año que preparo una torta.
Hoy es uno de los tres días en el año que hago una comida especial.
Hoy es uno de los tres días en el año que elijo un regalo exclusivo.
Hoy hace diecinueve años que fuí madre por primera vez.
Hoy estoy orgullosa de mí.
Hoy es el cumpleaños de Gonzalo.


Foto actualizada del cumpleañeros, pero menos visible. Bueno, todo no se puede.




noviembre 11, 2006

Señales

Sucede casi siempre. Posiblemente se trate de inseguridad, pero la mayoría de las personas buscan señales del destino indicativas de buenos o malos augurios cada vez que llevan a cabo un proyecto. La interpretación dependerá del optimismo o pesimismo de quien las reciba. Si llueve el día en que, por ejemplo, alguien se muda de casa, el optimista lo verá como auspicio de buena suerte: el agua limpia, por lo tanto comienza una nueva vida. Para el pesimista, al contrario, será un presagio de desgracia: mal tiempo, mala suerte; no habrá felicidad en la nueva vivienda.
En mi caso, estos anuncios siempre son descifrados según el estado de ánimo con que me levante. Lo que un día puede ser trágico, otro será un guiño maravilloso del destino. Sin embargo hay dos o tres acontecimientos que irreversiblemente me indican la llegada de una catástrofe. Descubrir que no hay papel higiénico en el porta rollo es una. Definitivamente, lo que queda del día será malo. Pero si además, tampoco hay repuestos en el placard del baño sólo me resta aguardar las siete plagas de Egipto. Otra señal inequívoca es que se apague un sahumerio antes de terminar de consumirse. En ese caso, cada vez que suene el teléfono me informarán de alguna desgracia, entrará un virus a la computadora y se me quemará la comida.
También están las situaciones deja vu. Esas que cuando pasaron fueron espantosas y si la oportunidad se presenta igual, uno se niega a repetirla. Algo así: en mi casa somos grandes consumidores de jugo de naranjas en el desayuno. Al comprobar una mañana que no quedaban en la heladera, corrí hasta la verdulería a comprarlas. Cuando volví, acababan de llamar por teléfono para avisarme que mi madre estaba muy grave. Desde entonces, si al levantarme veo el canasto vacío, ese día no se toma jugo.
Estas circunstancias no resisten ningún análisis lógico, pero por alguna razón son comunes en el ser humano. Cada uno con la suya. Como las cábalas, sólo que un poco más condicionantes.

noviembre 07, 2006

Cuidado: gallina suelta

A esta altura, casi no quedan animales que se salven de los productores de Hollywood. Han convertido en asesinos a cuanto bicho puebla la fauna. Desde ballenas, tiburones, calamares, pirañas, leones, tigres, perros, gatos, monos, arañas, bichas que se arrastran, murciélagos, abejas, hormigas, hasta langostas carnívoras. En la mayoría de los casos, la falta es de algún científico malvado al que le salió mal un experimento. O sea: el espectador sabe que el animalejo no tiene culpa, pero no habrá escarabajo que se libere del pisotón por las dudas. De todos modos, se conoce quienes son los buenos y los malos desde los créditos de la película: los malos mueren, los bichos también porque aunque no sean culpables uno ya les tiene bronca, y el jovencito salvará al mundo, recibirá una medalla del Congreso Norteamericano y vivirá feliz.
De todos los seres no pensantes, a los que más miedo les tengo es a las gallinas. Irónicamente nunca se hizo una película donde ellas sean depredadoras de humanos. Así que decidí escribir un guión y venderselo a la Metro. La cosa sería más o menos así:
Primero el título: Gallinas asesinas al ataque.
Ahora vendría la historia
Un empleado de la fábrica de alimento balanceado, por mirar el super bowl, agrega a la mezcla un compuesto que se encuentra en un tambor caído casualmente de un avión que pasaba. No sabe que es desecho radiactivo. El alimento se vende a todos los criaderos de pollos de Oklahoma. Una vez ingerido, las gallinas sienten un deseo irrefrenable por atacar personas. Cuando entra el cuidador, lo matan y escapan. Como efecto secundario, los pollitos nacen a las 12 horas en lugar de 21 días.
Listo. Ya tenemos el argumento. Veamos los actores.
Se necesitan un jóven y una señorita defensores de la naturaleza, que se conocerán y se enamorarán (condición indispensable). Ambos se salvarán a último momento, porque descubrirán la forma de eliminar a las gallinas.
Debe haber como mínimo dos malos que serán ricos y poderosos y no les importará el futuro de la humanidad. Mueren en el último cuadro, con sufrimiento y sin arrepentirse.
Muchos extras disfrazados de militares norteamericanos, tanques y helicópteros.
Los efectos especiales serán hectolítros de salsa de tomate y cientos de autos explotando.
Bien. Ahora el final.
El héroe varoncito (la chica sólo debe ser linda, la inteligencia queda para el masculino), descubre en el último minuto, que el elemento radiactivo que comieron las gallinas se neutraliza y destruye con alimento para peces en mal estado. Los helicópteros se encargarán de esparcirlos por todos los ríos de Oklahoma, matando a las gallinas cuando tomen agua (el alimento balanceado les da mucha sed) y también a los peces, pero no hay que perder de vista que los que se tienen que salvar son humanos.
Los jóvenes quedan exhaustos pero felices y en el Pentágono todos gritan festejando el triunfo sobre los pollos.
Por las dudas, la escena final será una gallina poniendo huevos. Si la película anda bien, esta es la habilitación para una segunda parte: El regreso de las gallinas asesinas.
No entiendo porqué Hollywood todavía no me descubrió y me hizo millonaria.



noviembre 05, 2006

Rescatando a la soldado Ginger

Paradójicamente, las guerras más crueles y sangrientas son aquellas que se libran por exceso de amor: porque nunca habrá ganadores reales y los participantes siempre terminarán con una parte de su alma destrozada, imposible de volver a recomponer.
Cuantos más son los frentes, mayor es el daño que producen.
Los primeros en caer serán aquellos cuya arma más débil es la sensibilidad. Cada herida producida en su orgullo, su ego, no sana y termina volviendose mortal. Las defensas no alcanzan a cubrir las bajas e irremediablemente abandonan la lucha para terminar juntando los pedazos que logren encontrar.
Hay otros que utilizan tácticas de guerrilla: atacan en la oscuridad y huyen a refugiarse en su escondite, hasta que elijan un nuevo blanco para destruir.
También están los colaboracionistas. Son los que prestan sus soldados para causas ajenas por intereses egoístas o, incluso, sentimentales.
Los más peligrosos son los que tienen como ideal de lucha rencores, resentimientos y desprecios. Ellos son fieles al dicho "todo vale" y por cada ofensa responden con un ataque mayor utilizando las armas más infames y destructivas. Si en la guerra existen dos bandos con estas características, la devastación siempre será total.
Después hay grupos que luchan por mantener su neutralidad y deben hacer verdaderos malabarismos para evitar las balas, o caer rehenes de alguna de las partes. Nunca logran la total imparcialidad pero en general, salen un poco más ilesos.
El amor es un sentimiento tan poderoso como peligroso. Cuando la dosis supera la medida indicada, los seres humanos tendemos a considerar al otro parte de nuestra propiedad: Lo quiero tanto, ergo, es mío. Nadie sabe cual es la medida justa. Sin embargo el exceso aparece cuando desaparece la tolerancia y el respeto por el otro. Pero como pasa siempre, nadie está dispuesto a ponerse los zapatos ajenos.

noviembre 01, 2006

Lo que ellas quieren

Hace unos días leí en un blog el siguiente comentario:
No sé si este es el lugar adecuado pero necesito decirlo: ¡se llama XXXX, la amo, es de XXXX!
Obviamente, no me quiere.
Daría mi vida por ella.
Debo confesar que se me llenó el corazón de ternura ante semejante declaración. ¿Quién no ha padecido por amores no correspondidos? Hasta la más bella persona ha sido ignorada por alguien que poblara sus pensamientos en algún momento de su vida.
Claro que las formas de conquistas entre hombres y mujeres son distintas, casi opuestas. Las féminas solemos acudir al arte de la seducción que viene incorporado con nuestra naturaleza. Se trata de desarrollarlo un poco solamente. Observamos y actuamos en consecuencia. Los varoncitos caen en extremos más drásticos: o abandonan la lucha y sufren en silencio, o liberan una guerra, en general con las armas equivocadas.
Me detuve a pensar sobre la manera en que mi marido logró que me enamorara de él. Porque como comenté alguna vez, yo fuí "elegida". Cuando esto ocurrió, mi corazón estaba ocupado y no tenía tiempo ni ganas de fijarme en otro. Sin embargo ganó la estrategia. Me hizo saber de su amor y durante un tiempo se rendía a mis pies. Era un halago pero no pasaba de eso. Cuando comprobó que el camino era erróneo, habilmente se alejó sin llegar al abandono. "Casualmente" nos encontrabamos cada tanto y aunque cortos, en esos momentos lograba hacerme reir de verdad. Aparecía en los lugares que yo frecuentaba, pero me saludaba de lejos. Solía guiñarme un ojo si nuestras miradas se cruzaban, pero no desatendía la charla con sus amigos. (Afortunadamente para él, nunca lo ví con otra señorita. De ser así, aún se lo estaría reprochando). Y logró que las cosas se inviertan, que sea yo la que decida conquistarlo.
Si yo le contase mi historia a este romántico comentarista, le serviría de consuelo pero no de ayuda, porque las mujeres solemos ser bastante distintas en lo que al amor se refiere, así que decidí pedirles consejo a cada uno de ustedes, tanto hombres como mujeres, para formar una suerte de "compendio de la conquista". ¿Qué cosas harían que otra persona los enamorara?. ¿Con qué recurso las enamorarían?.
Y quien les dice, ante tanto método, en una de esas hasta formamos una pareja.