Siempre hay alguien que está peor.


febrero 26, 2007

Fútbol, pasión de mujeres

Los hombres hablan de fútbol con ese tonito tan machista que, suponen, les autoriza el hecho de ser un deporte masculino. Las mujeres no están permitidas cuando ellos se reúnen frente al televisor a insultar al árbitro, al Director Técnico y a los jugadores. Porque la verdadera diversión es esa, el resto del partido es un complemento necesario para que dejen salir al animal que llevan dentro. Ninguno festeja los goles con un aplauso o un simple "muy bien", eso los reduciría a la categoría de putos. Deben demostrar su alegría gritando la mayor cantidad posible de obsenidades y hasta rompiendo algo, increíblemente igual que cuando el gol es en contra. Si alguna fémina tiene la mala idea de hacer un comentario durante el partido, son capaces de recordarle a su madre, a su hermana y hasta a la abuela. Mejor dicho, una parte de la anatomía familiar. Porque las mujeres no sabemos nada de fútbol. Pobres ingenuos.
Nosotras desconocemos valores de pases, nombres de jugadores y reglas deportivas, pero a la hora de defender nuestro club de preferencia, lo hacemos con una pasión que ellos jamás podrán igualar. Sin gritos, sin exclamaciones ostentosas, sin demostraciones pour la galerìe. Nos sale del alma, como todo lo que consideramos nuestro. Es cierto que no le ocurre a todas las mujeres, pero me atrevería a decir en mayor o menor medida, alguna llamita de entusiasmo es inevitable sentir.
Como soy de Racing, mis alegrías son escasas, pero las pocas veces que la Academia gana algún partido, me invade una felicidad comparable a sacar un premio en la lotería. Bueno, las probabilidades son las mismas. No miro fútbol por televisión ni busco las noticias que hablen sobre él, sin embargo estoy al tanto de cada cosa que sucede con el equipo: como salió, quien lo dirige, cuando y donde juega. Es un mecanismo cerebral que adquiere por ósmosis lo que escucho al pasar.
También tengo algunas simpatías que generalmente se relacionan con el lugar donde vivo. Durante años festejaba moderadamente si Platense ganaba, y hasta preguntaba como iba en la tabla de posiciones Unión de Santa Fe. Pero la vida te da sorpresas, y a mí me llevó a vivir a dos cuadras de All Boys. La primera vez que le presté atención fue un sábado por la tarde mientras buscaba la ropa en la azotea. Escuché el aliento de varias voces vivándolo. Me asomé y allí estaba: la cancha, las tribunas, los jugadores. Me quedé mirando hasta que terminó el partido. Supuse que habría ganado porque la gente vestida de blanco y negro cantaba feliz. Después descubrí que no jugaba el campeonato principal, ni siquiera el del ascenso. Los rivales tenían nombres rarísimos como Desamparados, Cambaceres, Comunicaciones. Pero sentí que ya lo quería, y desde entonces mi corazón futbolero es celeste, blanco y negro. Los hinchas no superan los 100 y el equipo es bastante humilde, pero tiene algo que se pierde en los grandes clubes: alma.
Por lo tanto, cuando un señor diga que las mujeres carecemos de conocimientos futboleros, puede tener razón, pero a la hora de sentimientos deportivos, les ganamos por goleada.




febrero 22, 2007

Mis vecinos los asesinos

El edificio donde vivimos tiene cuarenta años de antigüedad. La mayoría de las personas que lo habitan son sus propietarios originales, esto significa que los más jóvenes superan cómodamente los 70. Debo aclarar que nunca tuve problemas con la gente mayor, al contrario, los prefiero antes que tratar con niños pequeños... claro que una siempre está a tiempo de cambiar de gustos.
Desde que nos mudamos empecé a conocer a los vecinos. Ellos se fueron presentando solos, en la puerta de mi casa.
A los tres días de instalados tocaron el timbre. Abrí y me encontré con una viejita de cabello blanco y anteojos culo de botella. Ni bien me vió empezó a llorar y entre hipos dijo: "¡Yo quería tanto a su tía!". En mi cabeza sonó la alarma: ¿mi tía? ¿cuál de ellas? ¿quién se murió?. Creí haberlo pensado pero parece que lo dije en voz alta, porque la señora me evaluó con cara de profesora de matemáticas en medio de un exámen, llegó a la conclusión que yo era medio tonta y aclaró: "Su tía, la que vivía acá". Ahí comprendí. Se refería a una tía política de mi marido que falleció hace quince años. Sin más palabras, la anciana me corrió de la entrada con el bastón y se metió en el living. "Soy Chola del tercero "B"", dijo. "Vengo a ver como quedó el departamento después de los arreglos". Y acto seguido recorrió los dormitorios y la cocina, murmurando algo que no entendí. Cuando terminó la inspección volvió al pasillo, no sin antes tener la amabilidad de recordarme que ante cualquier problema... llame al portero.
Unos días después subía a la azotea con mi canasto lleno de ropa mojada, cuando, pasando por uno de los últimos pisos, escuché gritos. No, gritos no; alaridos. Será porque veo demasiadas series policiales en televisión, pero lo primero que imaginé es que estaban descuartizando a un viejito, para robarle su magra jubilación. Canasto en mano corrí a la oficina de administración, donde uno de los secretarios de la administradora (porque acá la administradora está demasiado ocupada hablando por teléfono con las amigas, así que tiene dos secretarios), leía un folleto de turismo a las Islas Vírgenes. "¡¡Carlos!!" le grité, "¡llame a la policía!. En el piso 13 o 14 hay un señor gritando, entraron ladrones!". Sin levantar la vista de la publicidad, Carlos me dijo tranquilamente: "No te preocupes, es el señor del 13 "E", el pobre tiene Alzheimer, grita todo el día". Pegué media vuelta y salí empezando a preguntarme en qué clase de loquero nos habíamos metido.
Los lunes limpio los vidrios. Todos los lunes, porque no soporto ver la colección de huellas digitales que dejan mis hijos cuando abren las ventanas. Lo primero que hago al levantarme es llenar un balde con agua, sacar el trapo, el escurridor, papel, y hasta que no quedan impecables no los dejo. Mi certificador de calidad es el gato. Lo subo a la cama de Gonzalo y veo: si se estrella contra la ventana tratando de saltar afuera, es porque están perfectos. Estaba admirando mi trabajo un lunes cuando escuché el ruido: algo así como una mezcla entre las cataratas del Iguazú y las del Niágara. Cuando reaccioné era tarde. Litros de agua caían salpicando lo que encontraban a su paso. Tanto esfuerzo arruinado. Rápidamente agarré el intercomunicador y llamé al portero: "Se rompió un caño de agua" le expliqué, "está derramando cantidades de líquido por la pared que da a Lamarca". "No se rompió nada", me dijo, "es la señora del 4 "A" que limpia el alfeizar de las ventanas. Dice que las palomas se la ensucian y cree que las heces afectan su salud. Lo hace día por medio". Desde entonces controlo la hora de la catarata: siempre antes de las 10 de la mañana. Ahora limpio los vidrios los lunes, miércoles, viernes y domingo a las 11.
El martes pasado volvió a sonar el timbre. Una señora de ochenta y pico estaba parada en mi puerta. Se presentó gentilmente y me aclaró que su nombre era Berta. Necesitaba un favor: mi número de teléfono. Explicó que vivía sola en el 2 "A", cuyas ventanas dan a una terraza interna. Noches anteriores había escuchado pasos a las tres de la mañana, y tuvo miedo. Obviamente, le dí mi número con gusto pero también le pregunté qué le impedía llamar al guardia de seguridad del edificio, con el que tenemos línea directa y además le pagamos una fortuna. Según ella, se cansó de tocarle el timbre y el vigilante no respondía. ¡Me indigné!. ¡El trabajo del hombre es permanecer despierto por si tenemos emergencias!. Sin falta presentaría una queja al día siguiente.
Ben Affleck me declaraba su amor en una isla paradisíaca. Me regalaba un anillo de diamantes y juntos nos íbamos a ver el atardecer. De golpe sonó el teléfono. Mi corazón golpeó contra las costillas y en un microsegundo pasó de ochenta a trescientas diez pulsaciones por minuto. Abrí los ojos buscando a Ben Affleck pero sólo encontré a mi marido roncando. El teléfono seguía sonando. Imaginandome lo peor, primero miré la hora (02:37) y luego la pantalla de identificación: "Berta" decía. Del otro lado, la viejita hablaba en un murmullo pidiendo que mirara por la ventana: los pasos regresaron. Desperté a mi marido y levantamos la persiana. Lo único visible eran tres palomas durmiendo, ni una hoja volando. Busqué una linterna reflector e iluminé el predio: nada. Volví al teléfono y le dije a Berta que duerma tranquila. No había nadie. Ella seguramente soñó con Cary Grant. Yo ví pasar las horas sin poder conciliar mi sueño.
Ni bien me levanté, bajé a hablar con el encargado y le expliqué la situación: doña Berta escuchó pasos, me llamó: hay que poner más vigilancia. El encargado me miró con cara de lástima y sólo dijo: "Ahora te tocó a vos. Doña Berta sufre delirio de persecusión. Tiene el teléfono de todos en el edificio y los llama a cualquier hora diciendo que alguien quiere meterse en su casa. El guardia ya la conoce y no le lleva el apunte".
Soy una persona optimista por naturaleza y de lo negativo siempre saco una enseñanza. Lo bueno de esto es que ya puedo vislumbrar como será vivir en un geriátrico cuando mis hijos decidan internarme.

febrero 19, 2007

Ser mujer ¡Qué Karma!

Es recurrente, pero cada vez que escucho a alguien alabando las bondades de la femeneidad, me dan ganas de meterle la cabeza en aceite hirviendo. "Me gusta ser mujer", "Las mujeres tienen el don de ser madres", se escucha a cada rato. ¿Qué beneficios?, a las mujeres nos toca la peor parte en esta naturaleza mal distribuída.
Desde que nacemos nos marcan las diferencias, mientras a los varoncitos les regalan pelotas, revólveres y juegos de diversión, a nosotras nos enseñan lo que nos deparará el futuro: baterías de cocina, lavarropas a pilas e infinidades de muñecas a las que debemos vestir, preparar mamaderas y hasta cambiar los pañales. Los niños andan cómodamente con shorts y remeritas mientras que a las niñas nos hacen creer que somos primorosas con vestidos llenos de puntillas acartonadas que debemos mantener impecables. Ni qué decir del pelo: nos lo tironean para ponernos hebillas con flores y vinchas que se clavan en las sienes, para que nadie dude de nuestra condición de mujercitas.
Sufrimos el estado "tabla" en la adolescencia, mientras vemos que ellos (con la cara llena de granos y voz aflautada) sólo se preocupan por la posición que ocuparán en el picadito del domingo.
Cinco días al mes padecemos dolores menstruales, incomodidad y privaciones que los hombres nunca conocerán, y aún así debemos soportar que, cuando no estemos de acuerdo con ellos, nos digan "uff, cuando se te pase la regla, hablamos".
Tener un hijo es maravilloso para ambos padres, sólo que somos las mujeres las que sufrimos las náuseas durante los primeros meses, la deformidad del cuerpo, los pies hinchados, mientras ellos nos consuelan con un "si estas hermosa, mi amor" mirándole el culo a Nazarena Velez. El nacimiento: horas de insoportable dolor hasta que el retoño nace, trabajo sólo nuestro. En caso que al bebé se le ocurra llegar un día que juegue el equipo favorito del padre, este privilegiará el evento deportivo, o, como un acto de generosidad hacia la esposa, pedirá que instalen un tv. en la sala de parto.
Durante el amamantamiento, vemos como nuestra delantera que hasta entonces miraba al cielo, va cayendo lentamente para terminar apuntando a las baldosas cuando el pequeño deja la teta.
Después seremos víctimas de horas en reuniones escolares, visitas al pediatra, control de tareas, porque claro, ellos trabajan. Esa es una ocupaciòn excluyente de la madre.
Cuando los hijos crecen una supone que por fin podrá realizarse ejerciendo la profesión que eligió, o disfrutará de algún paseo acompañada después de tantos años relegados. Pero no, porque a ellos les agarra la crisis de la década de los cuarenta. De repente una mañana descubren que necesitan volver a la adolescencia y sin más explicación, te dicen "me voy porque no soy feliz", como si la vida que llevamos nosotras fuera la de una protagonista de algún cuento de hadas. Ellos siempre encontrarán una ninfa púber con complejo de Electra que los hará revivir sus años alocados y les hará perder hasta el último sentido del ridículo. Es común verlos luciendo las camisetas con inscripciones de Guns and Roses de los hijos y ecuchando música electrónica. Mientras tanto nosotras nos torturamos horas en un gimnasio, tratando de poner en su lugar lo que irremediablemente está caído, nos calcinamos con cera hirviendo para que no queden vestigios de pelos y gastamos fortunas en cremas que nos prometen una apariencia de mujer con dos años menos de los que tenemos. Cuando ellos vuelven (ah sí, porque vuelven. Un día se dan cuenta que la ninfa no quiere saber nada con quedarse el sábado a la noche viendo la décima repetición de Gladiador y aunque es un caramelito, a esta altura ellos padecen diabetes), nosotras los aceptamos, ya no por amor (después de todo ser la dueña del control remoto es muy bueno), sinó por la triste victoria de dejar de ser la "abandonada".
Ojalá el karma terminara aquí, pero ya lo dicen las estadísticas: las mujeres vivimos más que los hombres, así que lo que nos queda será aprender enfermería para atenderlos cuando les lleguen los achaques. Nos sacrificaremos comiendo sin sal por su hipertensión, abandonaremos los fritos por su colesterol y los asistiremos en cada una de sus recaídas. Y cuando todo acabe, ya seremos demasiado viejas para intentar ser un poco felices.
En mi próxima vida quiero ser hombre. Con ser mujer en esta ya tengo suficiente.

febrero 15, 2007

¿Yo?, argentina

A los argentinos se nos acusa de ventajeros, de no pagar impuestos, de hacer todo por izquierda. Y es cierto, pero la culpa siempre es de otros argentinos que no colaboran. Estos argentinos que nos obligan a portarnos mal tienen nombre propio: se llaman empleados públicos.
Como soy una persona muy prolijita en mis asuntos (léase hinchapelotas), quiero tener siempre las cosas en regla para evitarme dolores de cabeza futuros, pero mis compatriotas insisten en ponerme palos en la rueda, al punto que un día voy a sufrir una crisis psicótica en alguna dependencia del estado. Lo bueno es que no me van a internar por loca, ya que ninguno de los que me deberían asistir dejarán de charlar o tomar mate cocido mientras largo espuma por la boca, así que no tendré más remedio que esperar a que me pase y volver como pueda a mi casa.
Desde varios días atrás decidí que el miércoles me dedicaría a trámites personales: cambiar domicilio, cerrar una cuenta bancaria, sacar cédula y pasaporte. Aprovechando que mi hijo está de vacaciones (y al sólo efecto de joderlo, porque soy una madre insensible), lo levanté a las ocho de la mañana para que él también tuviera su documentación en regla. En octubre hay elecciones, por lo tanto debíamos declarar nuestra nueva locación. Para ello, previamente busqué el Registro Civil que correspondía a mi zona: Ditrito 10, Beiró al 4600. Horario de atención: de 9:30 a 14:00 hs. Nueve y veinticinco estabamos en la puerta, detrás de unas cien personas que también pretendían entrar. Un señor mayor repartía numeritos de colores según el trámite que uno realizara. Cuando nos tocó el turno, le expliqué que lo nuestro era cambio de domicilio. "Señora, acá no se realiza. Tiene que ir al GPS de su barrio" "¿Lo qué? ¿Qué cosa es un GPS?, en provincia no existe...". Me miró como si en lugar de venir de Olivos, viniera de Venus y me extendió un papelito que decía: Ricardo Gutierrez 2400, y de pura lástima me aclaró que era esquina Cuenca. Mi hijo que hasta entonces había dicho tres palabras desde que se levantó ("¿tengo que ir?"), agregó otras tres: "la puta madre". Con la frente marchita (y transpirada por el calor) nos dirigimos al bendito GPS. Ahora la que daba numeritos era una señora mayor y excedida de peso, con pocas ganas de hacer amigos. "¿Trámite?". Cambio de domicilio, aclaré. "DNI y constancia policial de residencia. Fotocopias por duplicado" - "¿Constancia policial?. Tengo la factura del celular a mi nombre y con el nuevo domicilio, ¿no sirve?" - "NO". - "Señorita, ¿está segura?, porque en Internet dice que..." "NO. Entre y preguntele a la señora de marrón, así se convence." La señora de marrón tenía cara de bulldog con hambre, así que agarré fuerte la cartera para espantarla en caso de que quisiera morderme. Le expliqué la situación, y antes de terminar, pegó un alarido que me taladró el oído (y a todos los presentes) "DORIIIIIIITAAAAA, ESTA QUIERE HACER CAMBIO DE DOMICILIO CON LA FACTURA DEL CELULAR, ¿PUEDE?". Dorita estaba sentada detrás de un mostrador descascarado, sellando una pila de papeles, único trabajo que podría hacer a la edad que tiene (le calculo unos 80). "MAAA SIIIII", dijo Dorita. Claro que ahí no terminó todo. Mi hijo no tiene servicios a su nombre, así que me llevó una hora y dos docenas de medialunas convencer a Dorita para que acepte que soy la madre y el chico vive conmigo. Habíamos terminado la primera parte. Nos quedaban tres más. Seguía el RENAR (Registro Nacional de Armas), donde me tocaba averiguar el estado de un trámite laboral. Tomamos un tren con ventanillas rotas y atestado de gente rara sentada en los estribos. Mi hijo vió mi cara de susto y volvió a hablar para ofrecerme bajar en Chacarita y tomar el subte. "Sí, por favor" fue lo único que salió de mi boca. Estuvimos otra hora esperando que la chica de recepción pueda darnos un turno de atención porque el señor que estaba antes que nosotros no entendía la nueva legislación sobre tenencia de armas. Mientras esperabamos, mi hijo miró los carteles que colgaban sobre los boxes y entre risas me dijo: "¡Explosivos!, ¿quién vendrá a tramitar un permiso para explosivos?". Le dí un sopapo por desinteresado. ¡Yo!, le contesté. ¡Ese es mi trabajo, estúpido!. Volvió a cerrar la boca y no la abrió hasta dos horas después, sólo para decir que estaba muerto de hambre. El siguiente paso fue la casa central del Banco Nación. Prefiero no insultar demasiado porque mi amigo Andrés lee este blog y trabaja allí. Sólo les cuento que demoramos dos horas para cerrar una caja de ahorro que no tenía saldo, y antes que nosotros sólo había tres personas. Nos quedaba la última etapa: cédula y pasaporte. En Buenos Aires las cosas están hechas para que uno muera de úlcera. De otro modo no se entiende como en una ciudad de ocho millones de habitantes este trámite se realiza en un sólo lugar: el cuartel central de la policía, en la calle Azopardo. Si hay una demostración de tercermundismo, es ese tipo de situaciones. Lo lógico sería que hubiera delegaciones en distintos lugares, pero no. Facilitar algo no es de argentinos. Dos cuadras antes de llegar ya veíamos la cola de gente para entrar. Ocupaban la manzana completa y cruzaba la calle. Los ojos de mi hijo se salieron de órbita y alcancé a escuchar: "vos estas loca, yo me voy de acá". Pero lo agarré de un brazo y le dije que si me dejaba sola me hacía un tatuaje en la frente sólo para avergonzarlo ante sus amigos. Como sabe que soy capaz de hacerlo, agachó la cabeza y siguió caminando. Nos pusimos últimos en la fila y exactamente una hora y cuarenta minutos después entrabamos. Nos dieron un formulario a cada uno, con un número impreso: el mío 1050, el suyo 1051. Miramos los carteles luminosos que anunciaban el 689. Casi llorando nos tiramos en el piso (porque hay unas ochenta sillas para casi 400 personas) y esperamos otras tres horas que el cartelito diga 1050. La señorita del box era amable, pero así y todo me rechazó el trámite por faltar la fotocopia de la página 6 de mi DNI., la que dice Duplicado. Le rogué de rodillas que dejara el legajo a un costado mientras yo corría hasta la fotocopiadora más cercana (tres cuadras) y volvía con ocho copias, por las dudas. Me tuvo lástima y lo hizo, pero para que la incorpore a mi carpeta debí esperar el paso previo de otras cien personas. De ahí nos mandaron a pagar el arancel. Ciento cuarenta y siete pesos, o cincuenta dólares, o cuarenta euros, como prefieran, cada uno. Recién cuando pagamos pudimos continuar: otra vez el bendito numerito para la foto. Iban por el 800 (recuerden, yo tenía el 1050). Después de tantas horas, si uno pretende salir medianamente bien para que el que vea su identificación diga "no es tan horrible", está completamente perdido. Las ojeras me llegaban a la rodilla, el rimmel se había corrido por toda la cara y el pelo parecía el del Tío Cosas de los Locos Adams. Le supliqué a la señora que me pasara photoshop, pero me ignoró. Con esa foto me niegan cualquier visa, creanme. De allí pasamos por un pasillo angostito donde un policía asqueado de tocar manos ajenas me sumergió los dedos en tinta y otro me los agarró con una pinza para que pusiera mis huellas en cuanto papel encontró. Con una seña nos mandaron a una pileta que seguramente perteneció a los enanitos de Blancanieves, por el tamaño, a lavarnos las manos. Hasta allí tenía los dedos negros, de ahí en más el color se extendió por toda la mano. En este momento estoy dejando marcas en el teclado. Salimos a las siete de la tarde famélicos, desesperados de sed y enojados con la vida.
Mi hijo volvió a hablar para decirme que después de semejante amansadora y gasto, viajaramos al exterior antes que el pasaporte venciera. Caso contrario el tatuaje se lo hacía él.
"No te preocupes", le dije. "Te juro que el pasaporte lo vamos a usar. Sentaremos el culo cuarenta y ocho horas en un colectivo y nos iremos a Perú*, pero usarlo, te juro que lo usamos."

*Para que no se enoje Pyro y de paso que entiendan los que no son argentinos, menciono Perú porque es el país más cercano en el que para entrar se necesita pasaporte. En los limítrofes se usa DNI.

febrero 12, 2007

Yo escribo porque me gusta

Nunca me gustó demasiado contestar cuestionarios por Internet, ya que indefectiblemente en algo meto la pata. Hace un tiempo, mi amiga Clota me envió una batería de preguntas en las que tenía que responder cosas simples sobre ella. La idea era ver cuánto uno conoce al otro. Recuerdo que entre los interrogantes estaba qué tipo de cosas la irritaba más. "Ver la tapa del frasco de mermelada toda pringosa" contesté. Clota todavía se pregunta de dónde saqué semejante idea.
Sin embargo, no puedo dejar de participar en este. Especialmente porque me lo enchufó La Romu, y ya se sabe que la gorda tiene mal caracter, sobre todo cuando uno no le hace caso. Así que aquí van mis respuestas.

1. ¿Por qué comenzaste a escribir un blog?


Esta es una pregunta capciosa, con el sólo fin de hacerme quedar como mentirosa. Durante dos años juré a cuanto amigo bloggero tuviera, que jamás abriría un blog. No quería tomarme la responsabilidad de escribir regularmente algo medianamente entretenido (inteligente era demasiado pedir), ya que todo lo que pudiera decir, se le había ocurrido a otro anteriormente. Pero sucedió que con La Mariposa chateabamos todo el día y nos contábamos anécdotas. Estas se hicieron cada vez más largas y como ambas estabamos ocupadas (bueno, hacíamos qué), decidí dejárselas escritas en Internet para que ella las leyera cuando tuviera tiempo. Para agilizar la búsqueda de páginas amigas, incorporé links sin saber de la existencia de Technorati. De esa manera Hernán, José Joaquín y cuantos estuvieran enlazados se enteraron de mis pavadas, y así lo que comenzó como una suerte de correspondencia privada, terminó en una reunión de amigos.

2. ¿Sobre qué temas escribes? ¿Por qué?


Escribo casi exclusivamente sobre experiencias personales. En realidad cosas que nos pasan a casi todos, sólo que yo las cuento y las adorno un poquito. ¿Por qué?. Simple: no sé escribir sobre otra cosa. Me gustaría redactar cuentos, pero nunca se me ocurren los finales, así que mejor sigo con esto ¿no les parece?.


3. Si la gente dejara de leerte y comentar, ¿seguirías escribiendo?


No, porque la finalidad de esto es compartir con los amigos situaciones que no siempre son graciosas, pero tomadas con sentido del humor se vuelven divertidas. Mi marido ya se cansó de escucharme y los comentarios que hace son monosilábicos: "mmm" "djadjoder" "quetrada". A ustedes todavía no los aburrí (espero).


4. ¿Crees que al escribir un blog debe seguirse algún tipo de ética?


¿Ética?. No, para nada. Cada uno es dueño de escribir como se le dé la gana y los demás de leerlo o no.


5. ¿Crees que formas parte de una comunidad? ¿Por qué?


Esta pregunta parece sacada de un texto de biología: la comunidad de abejas, comunidad de etnias... Hasta ahora formo parte de la comunidad humana, porque ningún científico tuvo tiempo de estudiarme detenidamente.


6. ¿Tienes algún grupo cercano de blogueros con el que te podrías poner de acuerdo para lograr algo?

Lo maravilloso de este medio es justamente la gente que se conoce. De no ser así, probablemente usaría la computadora para jugar al Age of Empire. Irónicamente los bloggeros que conforman mi grupo no están cercanos físicamente(algunos sí, y solemos reunirnos a tomar cerveza, especialmente) pero el contacto diario a través de este medio hace que sepa de sus vidas (y ellos de la mía) y que comparta más cosas que con relaciones de siempre. Y no tuvimos necesidad de ponernos de acuerdo: logramos ser amigos.

7. ¿Crees que los blogs van a cambiar/están cambiando algo en la sociedad/mundo político/etc.?

Los blogs son una manera más de comunicación entre personas. No tengo idea si cambiarán algo, pero por ahora me resultan muy divertidos.

8. ¿Qué te gustaría poder hacer dentro de la red para profundizar lo que haces con el blog y por qué? ¿Podcast/videocast, comunidades, wikis, redes sociales,etc.?

Para alguien como yo que todavía no entiende como funciona la radio, pedir que profundice lo que hago acá es demasiado. Les dejo la tarea a otros y si sólo hay que apretar una tecla, uso sus inventos, sinó sigo tratando de subir música al Castpot, hasta que lo logre.

Resulta que ahora me toca elegir a tres para que contesten. Lo voy a hacer internacional, así nos enteramos que pasa en el resto del mundo: Cantá Canoura, escribí José Joaquín y sacale fotos Nicté





febrero 01, 2007

El sexo en los tiempos del cólera

En el siglo XXI, las mujeres somos sexualmente liberadas. Hablamos de fellatio o cunnilingus, juguetes eróticos o relaciones ocasionales del mismo modo que intercambiamos precios sobre la lata de puré de tomate en los distintos supermercados.
Mentira. Es decir, lo hacemos, pero sólo para no quedar ante los demás como pacatas inadaptadas. En el fondo, por lo menos a las que estamos en la década de los cuarenta y de ahí para arriba, nos da muchísimo pudor y nos obligamos a vencerlo. La realidad es que la mayoría de nosotras llegó al matrimonio (y por consiguiente al sexo) sin tener demasiada idea de qué se trataba.
Educación previa no recibió nadie, porque las madres arrastraban el estigma de sus propios padres y así sucesivamente, donde hablar de sexo con los hijos era una forma de obligarlos a prostituírse, o exponerse como pervertidos.
Recuerdo que a los 12 años, cuando tuve mi primer menstruación, mi madre dejó sobre la cama un libro llamado "Mi Nidito". Debajo del título decía algo así: "Primeros pasos en el aprendizaje de la educación sexual para niñas". Para niñas retrasadas, debería aclarar. Mostraba a través de dibujitos infantiles, el útero como una suerte de nido de pájaros donde se generaba un huevito. Si no venía el pajarito varón y lo anidaba, el huevito se rompía una vez al mes y despedía su contenido. Afortunadamente, una tenía amigas mayores que la capacitaron con su experiencia, porque de modo contrario, todavía me duraría el trauma de pensar en mi panza llena de golondrinas.
La primera vez que ví un hombre desnudo fue gracias a la película "Las Mariposas son Libres" y andaría por los catorce años. Tanta vergüenza me dió, que me tapé los ojos en las escenas de desnudos.
Para los diecisiete, si alguien me preguntaba que era el clítoris, les hubiese dado una explicación completa sobre las partes que componen la flor: estambre, pistilo y clítoris. Y me hubiese ido orgullosa por mis conocimientos sobre botánica.
Si una se decidía a tener sexo antes del matrimonio, era porque estaba totalmente enamorada de su candidato y con la certeza que, en caso de embarazo, el mismo era lo suficientemente maduro para contraer nupcias. Y las que se equivocaban y eran abandonadas con un hijo en camino, sufrían una suerte de rechazo lastimoso por parte del resto, por lo tontas que fueron al dar "la prueba de amor" sin estar seguras a quién.
Tampoco ayudaba mucho la literatura de la época. Todas las novelas románticas tenían personajes castos y puros que se entregaban cuando faltaba tres páginas para terminar el libro, y siempre con alianza de por medio. Y si por esas cosas de la vida, llegabas a ver alguna película norteamericana del estilo de "Cuando Harry conoció a Sally", lejos de aclararte las dudas, agregabas más confusión a la ignorancia.
Ya en la facultad, alguien me prestó un libro de Master y Johnsons, una pareja de sexólogos muy de moda por los 70 en Estados Unidos, que llegaban con una década de retraso a Latinoamérica. De estimulación sexual, el libro no tenía nada, pero ante el desconocimiento reinante, era considerado pornográfico.
Cuando la dictadura terminó, hubo una explosión de películas y revistas con contenido altamente erótico y nosotras, desesperadas por aprender algo más que el sólo hecho de abrir las piernas y entregarnos al amado, las consumimos tratando de aprender técnicas que nos expliquen que cosa era el bendito orgasmo.
Las nuevas generaciones vienen con libertad sexual incorporada. Yo las miro de reojo, pero con mucho cuidado. No quiero enterarme que a esta altura de mi vida, me perdí de algo irreparable.