En el siglo XXI, las mujeres somos sexualmente liberadas. Hablamos de fellatio o cunnilingus, juguetes eróticos o relaciones ocasionales del mismo modo que intercambiamos precios sobre la lata de puré de tomate en los distintos supermercados.
Mentira. Es decir, lo hacemos, pero sólo para no quedar ante los demás como pacatas inadaptadas. En el fondo, por lo menos a las que estamos en la década de los cuarenta y de ahí para arriba, nos da muchísimo pudor y nos obligamos a vencerlo. La realidad es que la mayoría de nosotras llegó al matrimonio (y por consiguiente al sexo) sin tener demasiada idea de qué se trataba.
Educación previa no recibió nadie, porque las madres arrastraban el estigma de sus propios padres y así sucesivamente, donde hablar de sexo con los hijos era una forma de obligarlos a prostituírse, o exponerse como pervertidos.
Recuerdo que a los 12 años, cuando tuve mi primer menstruación, mi madre dejó sobre la cama un libro llamado "Mi Nidito". Debajo del título decía algo así: "Primeros pasos en el aprendizaje de la educación sexual para niñas". Para niñas retrasadas, debería aclarar. Mostraba a través de dibujitos infantiles, el útero como una suerte de nido de pájaros donde se generaba un huevito. Si no venía el pajarito varón y lo anidaba, el huevito se rompía una vez al mes y despedía su contenido. Afortunadamente, una tenía amigas mayores que la capacitaron con su experiencia, porque de modo contrario, todavía me duraría el trauma de pensar en mi panza llena de golondrinas.
La primera vez que ví un hombre desnudo fue gracias a la película "Las Mariposas son Libres" y andaría por los catorce años. Tanta vergüenza me dió, que me tapé los ojos en las escenas de desnudos.
Para los diecisiete, si alguien me preguntaba que era el clítoris, les hubiese dado una explicación completa sobre las partes que componen la flor: estambre, pistilo y clítoris. Y me hubiese ido orgullosa por mis conocimientos sobre botánica.
Si una se decidía a tener sexo antes del matrimonio, era porque estaba totalmente enamorada de su candidato y con la certeza que, en caso de embarazo, el mismo era lo suficientemente maduro para contraer nupcias. Y las que se equivocaban y eran abandonadas con un hijo en camino, sufrían una suerte de rechazo lastimoso por parte del resto, por lo tontas que fueron al dar "la prueba de amor" sin estar seguras a quién.
Tampoco ayudaba mucho la literatura de la época. Todas las novelas románticas tenían personajes castos y puros que se entregaban cuando faltaba tres páginas para terminar el libro, y siempre con alianza de por medio. Y si por esas cosas de la vida, llegabas a ver alguna película norteamericana del estilo de "Cuando Harry conoció a Sally", lejos de aclararte las dudas, agregabas más confusión a la ignorancia.
Ya en la facultad, alguien me prestó un libro de Master y Johnsons, una pareja de sexólogos muy de moda por los 70 en Estados Unidos, que llegaban con una década de retraso a Latinoamérica. De estimulación sexual, el libro no tenía nada, pero ante el desconocimiento reinante, era considerado pornográfico.
Cuando la dictadura terminó, hubo una explosión de películas y revistas con contenido altamente erótico y nosotras, desesperadas por aprender algo más que el sólo hecho de abrir las piernas y entregarnos al amado, las consumimos tratando de aprender técnicas que nos expliquen que cosa era el bendito orgasmo.
Las nuevas generaciones vienen con libertad sexual incorporada. Yo las miro de reojo, pero con mucho cuidado. No quiero enterarme que a esta altura de mi vida, me perdí de algo irreparable.
# posteado por Ginger : 9:32 a. m.
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