Los hombres hablan de fútbol con ese tonito tan machista que, suponen, les autoriza el hecho de ser un deporte masculino. Las mujeres no están permitidas cuando ellos se reúnen frente al televisor a insultar al árbitro, al Director Técnico y a los jugadores. Porque la verdadera diversión es esa, el resto del partido es un complemento necesario para que dejen salir al animal que llevan dentro. Ninguno festeja los goles con un aplauso o un simple "muy bien", eso los reduciría a la categoría de putos. Deben demostrar su alegría gritando la mayor cantidad posible de obsenidades y hasta rompiendo algo, increíblemente igual que cuando el gol es en contra. Si alguna fémina tiene la mala idea de hacer un comentario durante el partido, son capaces de recordarle a su madre, a su hermana y hasta a la abuela. Mejor dicho, una parte de la anatomía familiar. Porque las mujeres no sabemos nada de fútbol. Pobres ingenuos.
Nosotras desconocemos valores de pases, nombres de jugadores y reglas deportivas, pero a la hora de defender nuestro club de preferencia, lo hacemos con una pasión que ellos jamás podrán igualar. Sin gritos, sin exclamaciones ostentosas, sin demostraciones pour la galerìe. Nos sale del alma, como todo lo que consideramos nuestro. Es cierto que no le ocurre a todas las mujeres, pero me atrevería a decir en mayor o menor medida, alguna llamita de entusiasmo es inevitable sentir.
Como soy de Racing, mis alegrías son escasas, pero las pocas veces que la Academia gana algún partido, me invade una felicidad comparable a sacar un premio en la lotería. Bueno, las probabilidades son las mismas. No miro fútbol por televisión ni busco las noticias que hablen sobre él, sin embargo estoy al tanto de cada cosa que sucede con el equipo: como salió, quien lo dirige, cuando y donde juega. Es un mecanismo cerebral que adquiere por ósmosis lo que escucho al pasar.
También tengo algunas simpatías que generalmente se relacionan con el lugar donde vivo. Durante años festejaba moderadamente si Platense ganaba, y hasta preguntaba como iba en la tabla de posiciones Unión de Santa Fe. Pero la vida te da sorpresas, y a mí me llevó a vivir a dos cuadras de All Boys. La primera vez que le presté atención fue un sábado por la tarde mientras buscaba la ropa en la azotea. Escuché el aliento de varias voces vivándolo. Me asomé y allí estaba: la cancha, las tribunas, los jugadores. Me quedé mirando hasta que terminó el partido. Supuse que habría ganado porque la gente vestida de blanco y negro cantaba feliz. Después descubrí que no jugaba el campeonato principal, ni siquiera el del ascenso. Los rivales tenían nombres rarísimos como Desamparados, Cambaceres, Comunicaciones. Pero sentí que ya lo quería, y desde entonces mi corazón futbolero es celeste, blanco y negro. Los hinchas no superan los 100 y el equipo es bastante humilde, pero tiene algo que se pierde en los grandes clubes: alma.
Por lo tanto, cuando un señor diga que las mujeres carecemos de conocimientos futboleros, puede tener razón, pero a la hora de sentimientos deportivos, les ganamos por goleada.
