Siempre hay alguien que está peor.


mayo 11, 2006

Hola Susana, te estamos llamando.

Según mi entender, el mejor invento del hombre después de la planchita para el pelo, fue el teléfono celular. Sobre todo para alguien tan perseguida como yo que supone que si salgo, a mi casa le cae un avión encima, se produce un cortocircuito y se incendia o le sucede cualquier otra catástrofe. Claro que no sería mucho lo que uno pudiera hacer en esos casos, pero yo necesito saberlo al momento. Es más, me voy con la seguridad que va a sonar el teléfono y me van a informar las malas nuevas.
Pero hace unos cuantos años los celulares, lejos de venir como obsequio en las cajitas de chicle, eran un bien preciado pero inaccesible para mortales que como yo, apenas nos alcanzaba para pagar la luz.
Me habían salido unas manchitas en los brazos. Marrones, como pecas pero más grandes. No me importaba morirme de eso, pero tampoco era el caso de mostrarme tan desalineada frente a los deudos, así que saqué un turno con un dermatólgo. Famoso el dermatólogo.
Mis hijos, que eran chicos, quedaron al cuidado de la portera del edificio, y yo partí con el corazón en la boca absolutamente segura que alguna desgracia ocurriría en mi ausencia. Por las dudas, dejé la dirección, número de teléfono y hasta el mapa del lugar donde iba a estar, pero aún así, no tuve ni un asomo de tranquilidad.
Cosa común en los médicos, los turnos venían atrasados, así que mi ansiedad iba en aumento. Por fin me tocó entrar. Este buen hombre no se dignó siquiera a levantar la cabeza, sólo hizo un gesto con la mano indicandome la silla. Supuse que querría que me siente y no que me la lleve, así que seguí mi intuición y eso hice. "Nombre" me dijo. "Ginger Melusina" contesté. "Edad". "30 doctor" (en ese entonces era jóven). Quiso la mala suerte que en ese momento sonara el teléfono. El que estaba sobre el escritorio del médico, esos que tienen muchísimos botoncitos. Por el altoparlante la voz de la secretaria dijo algo, que yo escuché como "es una llamada para la señora Melusina". El especialista tuvo la intención de llevarse el auricular a la oreja, pero antes que pudiera hacerlo, de mi garganta surgió el grito: "es para mí, es para mí" Le arranqué el aparato de la mano y con la misma desesperación pregunté: "¡por favor! ¿¿qué pasó??". Una señora muy calmada me respondió con cierta incertidumbre: "disculpe, yo pedí hablar con el doctor Perez, pero parece que la secretaria se confundió de interno". Miré al médico despacito y con lo último que me quedaba de aliento le dije: "es para usted". "Por supuesto que es para mí", me contestó. Mientras él hablaba yo fuí retrocediendo la silla, silenciosamente, con la mayor discreción posible. Cuando quedó el suficiente espacio, pegué un salto y llegué a la puerta. Romí records de velocidad, y en la carrera hasta mi casa, fuí dando gracias al cielo de que aún no había alcanzado a preguntarme la dirección.
Las manchitas se me fueron solas.


Comentarios:
Ginger, teléfonooooooooooo!!!
 
Gingeeeeeeeeeeerrrrr...se cae el techo!
 
qué graciosas.
 
Ginger, y si en tu celular con ringtone le ponés el sonido de una sirena?
 
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