Ayer le contaba a mi amigo Javier que indefectiblemente, relaciono los nombres de personas con objetos materiales. Por ejemplo, le decía, Carola me suena a aro. "Qué viva", me contestó, "si Carola tiene la palabra aro en el medio". Debo confesar que me dejó preguntando si mi capacidad intelectual no estará realmente disminuída, porque jamás me había dado cuenta. "Sí", le dije, "pero a mí me suena a aro redondo, esas argollas gigantes plateadas". Por toda respuesta le salió un "aha" que era más un: esta mujer está peor de lo que yo suponía.
No lo puedo evitar. Cuando alguien me dice su nombre, posiblemente al rato no recuerde su cara, pero sí que cosa es. Ahora, no es que todas las Amandas son la misma frazada. Amanda, la hija de una amiga, es una frazada de polar, mientras que la prima de mi mamá, es frazada de lana con olor a naftalina. Las Paula son botes de vela, las Silvia son muñecas de goma, las Ana son lámparas.
Al nombre de los hombres, la mayoría de las veces, los asocio a comidas. Javier son caramelos (menos mal me dijo, si decías berenjenas me enojaba), milanesas son todos los Alberto y los Hugo, salsa bolognesa. Tengo gran variedad de tartas, unas cuantas pastas y varios integrantes de asado.
Mi pobre amigo trataba de explicarme que es común relacionar las voces con colores, así que no debía preocuparme por esta afición mía. "Tu voz es amarilla", aseguró. Y ahí sí empecé a angustiarme en serio. Que las neuronas me provoquen este tipo de alucinaciones solitas nomás, sin ayuda externa, ya es complicado. Lo único que me falta sería tener hepatitis en las cuerdas vocales.
# posteado por Ginger : 8:38 a. m.
haloscan |

