Yo soy de las que cree que los argentinos no somos tan malos. O por lo menos no somos más malos que en otros países. Es decir, hay unos cuantos jodidos, pero en general la gente es solidaria, amable y buena onda. Casi siempre. Excepto cuando manejamos. Ahí nos sale el Mister Hyde del alma y se nos terminan las contemplaciones. Alguna cosa debe provocar el motor del vehículo que afecta directamente al cerebro, sino es inexplicable que en este suelo patrio las personas salgamos a las calles y rutas viendo al otro (digo, al otro que también maneja por el mismo lugar donde pasamos nosotros) como un enemigo potencial que DEBE ser destruído.
Lo peor es que se da en todos lados: en las ciudades, en los pueblos y hasta en los caminos rurales. De respetar semáforos, ni hablar. ¿Normas de tránsito?, no gracias, no son para mí.
Yo vivo en una esquina bastante particular. La vereda de enfrente está "corrida" unos veinte metros a la derecha, o sea que si usted quiere pasar por la calle lateral de mi casa, debería doblar esa distancia para retomarla. Ese pedacito es contramano, así que, si uno fuera educado, tendría que dar vuelta a la manzana en una suerte de U para seguir por donde venía. En los casi cuatro años que vivo en esta casa, nunca jamás vi a un sólo automovilista respetarlo. Pero ni siquiera cuando está la policía de tránsito (que se hace millonaria allí, gracias a las coimas que levanta). ¿Accidentes? Día por medio.
Ayer volvíamos de Colón en la que creo, es la ruta más peligrosa de Argentina por ser el paso directo a Brasil y Uruguay. Es una ruta angosta, llena de lomas y curvas.
Lloviznaba, había neblina y no se veía un pomo, si me permiten la expresión. Adelante nuestro iban en fila india cinco camiones pegados unos a otros. En el sentido contrario venían infinidades de autos, colectivos y cuanta cosa con cuatro ruedas exista. Los camiones que venían detrás nuestro se cansaron de ir despacio y tres (TRES, 3, III) Scania doble cabina, acoplados de veinte metros, veintiseis ruedas (no las conté, pero más o menos) se olvidaron que no era autopista y nos cruzaron a 150 kms. por hora, obligando a los que venían de frente a tirarse a la banquina. Dos camionetas cayeron al campo (una llena de mandarinas). Jamás pararon, jamás los paró la policía, jamás les importó la suerte de los demás. Los autos caros y las 4X4, tampoco querían perderse la diversión de matar a varios, y pretendían pasar en doble fila a los que tenían adelante. Los que no queríamos suicidarnos parecíamos el queso de un sandwich, y adentro lo único que se escuchaba eran rezos a todos los santos conocidos. Los puestos de gendarmería (que supuestamente serían los encargados de evitar estas cosas), por ser domingo, lluvioso y tarde, estaban vacíos. Tan contracturados llegamos que el descanso del fin de semana no sirvió de nada.
No se me ocurre solución a este problema: indudablemente la educación vial no sirve.
Mi señor esposo opina que los conductores deberían portar ametralladoras Uzi y descargarla sobre los infractores. Pero como todos somos infractores en alguna medida, este país quedaría despoblado.
Bueno, sería una manera de devolverle la tierra a los indios, que tanto la reclaman.
# posteado por Ginger : 3:56 p. m.
haloscan |

