¡Cómo los extrañé!. A ustedes, a mi vida organizada y pacífica, al tiempo que me dedicaba... en fin.
Pero esperen que les cuento. Por el principio. Ah, y seguro que terminan todos cansados, se los aviso, eh?.
- Mediados de diciembre: Cajas. Cajas. Cajas por todos lados. "¿Dónde están mis calzoncillos?" gritaba como un desaforado mi marido. "En alguna caja", contestaba yo. Mis hijos miraban la torre que se iba acumulando en el living y el escritorio y, siempre tan optimistas, decían: "esto no entra en el departamento. Pensá en ir tirando cosas". Al final no tiré nada. Todo está en el sótano del edificio.
- Previo a Navidad: Electricistas, pulidores, colocadores de muebles de cocina, marmolero, vidriero y service de portero eléctrico. Durante cuatro días desfilaron por el departamento, dando los últimos retoques. Todo divino, excepto que yo todavía vivía en Olivos y debía correr para Villa del Parque a cada rato. Y queda lejos. Y tenía que trabajar. Y seguir guardando cosas. Y lavar y planchar. Como si fuera poco, la idea de mi suegra era que cocine para la Nochebuena. No cocino en épocas normales, imaginen con todo ese despelote. Estuve a punto de romper relaciones familiares. Al final llevé la bebida.
- Post Navidad y antes de Año Nuevo: La firma de la escritura se postergaba de un día para el otro. Que el 26, que el 27, que el 28. Y yo tenía que mudarme (cosa que pensaba hacer lo mismo, pero como soy muy hinchapelotas, quiero todo prolijito). Al señor de la empresa de mudanzas le iba modificando la fecha cada vez que la escribanía me avisaba de un nuevo cambio. Al final se cansó y me dijo: "Señora, vamos el 30. A las 7 de la mañana. Y más le vale que le guste. Sinó busquese a otro".
- Viernes 29: Último día hábil del año, último día para hacer uso del crédito hipotecario. Media hora antes que cierre el banco, firmamos. El departamento era nuestro. De los nervios me comí todos los caramelos del Banco Río (como atención por toda la plata que vas a dejarles, ponen una caramelera en la mesa). Después no podía levantarme de la silla. No, la cantidad de glucosa no tenía nada que ver. Hice un mal movimiento y quedé dura. Inflamación del nervio ciático, dijo el médico. Me llevaron entre tres al auto. Debo bajar de peso.
- Sábado 30: 7 de la mañana, tocaron el timbre. La mudanza empezaba. Para las 10 ya habían descargado todos mis muebles (y las doscientas cajas) en mi nuevo hogar. Me mancharon el sillón blanco. Me senté arriba de algo que después supe eran copas (cuando se rompió la primera me dí cuenta) y quedé mirando el caos sin saber por donde empezar. Después de una hora y media, mi marido insistió en que haga algo. Lo primero que acomodé fueron los libros.
- Domingo 31: Para las cinco de la tarde habíamos vaciado un 80% de cajas y ya no quedaba lugar en los placares para el otro 20%. Y había que ir a lo de mi prima a esperar el Año Nuevo. Me tomé un vaso de vino tinto, me bañé y partimos. A la medianoche miré las estrellas y la luna y pensé en todos ustedes. No me olvidé de ninguno. Y les deseé un año bueno.
- Lunes 1: 44° de sensación térmica. Y yo tratando de acomodar cosas. Al final me dí por vencida, prendí el aire acondicionado que afortunadamente habíamos hecho colocar unos días antes, y me tiré a dormir en el living. Me desperté a las once de la noche y seguí guardando.
- Días restantes: Me olvidé de contarles que el marmolero no entregó la mesada hasta el jueves pasado. O sea: los muebles de cocina preciosos y huecos. Sin agua en la cocina, sin lavarropas, y obviamente sin cocinar. Como experiencia, no quiero comer pizza, empanadas, comida china y pollo al spiedo por dos o tres años. Todavía seguía con ciática y ahora, también con úlcera.
Después llegó la catarata de gente: me pusieron la mesada, vino el plomero a conectar el agua, el colocador de muebles a ajustarlos, los del cable (que rayaron todo el piso recién plastificado), el portero, la administradora.... Cuando ya estaba todo listo empezaron las visitas. Todos quieren ver como quedó mi casita nueva. Tengo turnos con invitaciones hasta junio.
- Conclusión: Estoy feliz. Cansada, pero contenta. Todo está precioso. El barrio es espectacular: para conseguir lo que se les ocurra no tengo que caminar más de 100 metros. Abajo hay un supermercado chino gigante, una farmacia, un gimnasio, rotisería, restaurantes, ferretería, mercería, panaderías, vidriería, etc. etc. Todavía me cuesta acostumbrarme a que acá los negocios no cierran al mediodía como en zona norte. Y todo es mucho más barato. Y el agua tiene tanta presión que si abrís la ducha al máximo te duele. Y el agua caliente sale inmediatamente. Y dentro del complejo hay un parque grandísimo con sillones, árboles, juegos para chicos...
Ahora viene lo más complicado: pagar todo. Pero ese problema me lo haré más adelante.
Pd: En la próxima entrada subo las fotos para que opinen. En este momento estoy sin cámara digital (se la llevó mi hijo de vacaciones) y no me puedo acordar donde guardé la de rollo.
# posteado por Ginger : 7:55 p. m.
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