Hace unos días
Casciari comentaba sobre su ineptitud para los trabajos manuales. Inmediatamente me solidaricé con Cristina, porque ya se sabe, nada une tanto a las mujeres como padecer la misma desgracia.
Tengo tan poca suerte, que en la lotería de la vida me tocó casarme con el hermano mogólico de Mac Gyver: las poquísimas veces que mi marido intentó realizar un arreglo casero, terminamos llamando a los bomberos, a la policía y hasta a la ambulancia del PAMI. Recuerdo una vez que quiso cambiar el enchufe de un ventilador y dejó sin luz a todo el edificio en el que vivíamos... Él se justifica ante mis reclamos, diciendo que lo suyo es intelectual "los trabajos manuales no son para mí, pero yo puedo calcular la estructura de un puente y vos no", aclara, como si una se levantara a la mañana pensando "hoy voy a preparar zapallitos rellenos para el almuerzo, pero antes debo ver si me conviene construir un puente hasta la verdulería o bajar y cruzar la calle".
Hace unos días debimos cambiar la silla para la computadora. Recorrimos varios negocios hasta que encontramos la que se adaptaba exactamente a lo que buscabamos: era barata. Sin embargo tenía un problema insalvable: venía desarmada. Busqué todas las excusas posibles a fin de no comprarla, pero él insistió y volvimos a casa con una caja de materiales separados y primorosamente embalados. Me fuí a la cocina tratando de evitar lo que sabía, sería una nueva tortura. "UHHH" escuché: "esto es muy complicado". Era mi marido leyendo las instrucciones. El manual decía:
1- Inserte el asiento en el perno de la base.
2- Regule la altura
3- Ajuste el tornillo
4- Fin
Sin embargo, con férrea voluntad despelgó un plástico en el piso, sacó la caja de herramientas y las acomodó como haría un instrumentista que asiste a un neurocirujano para una operación de cerebro altamente compleja: clavos, tuercas, tornillos, martillo, llave inglesa, llave francesa, destornillador philips, común, cabezas intercambiables, torno, taladro, mechas para pared, para vidrio y para metal, cinta de teflón, aisladora y de embalar, pegamento universal, particular y general, etc. Porque el tipo será un inútil, pero a prolijo no le gana nadie. Después de tres horas, la silla estuvo lista. Claro que la única manera de usarla es sentarnos casi sobre el respaldo, porque quedó peligrosamente inclinada hacia adelante.
Esto es sólo un ejemplo de mi sufrimiento cotidiano: nunca faltará alguna cosita para reparar que él no sepa hacer.
Reconozco que comparto la culpa de su inutilidad: ya desde novios lo veía tratando de resolver simples problemas de plomería sin lograrlo, y como buena bocona, le explicaba como solucionarlos. Desde entonces considera que ese tipo de trabajos me corresponde, mientras él, pobre sufrido, se desparrama en la cama a mirar televisión.
Muchas veces pensé en cambiarlo, pero después de mucha meditación caigo en la cuenta que otras soportan males peores: ¡imagínense tener un marido que no sepa cocinar!