Hace unos días,
Sonia comentaba una conversación telefónica que habíamos mantenido. Como el tema da para escribir una enciclopedia, me tomo el atrevimiento de ampliar los datos ofrecidos por ella, y hoy les voy a hablar de los padecimientos que soportamos las que ya llegamos a la mitad de la vida. ¡Qué somos varias!.
Cuando una empieza con el "ahora puedo"...Vimos de reojo como se nos iba la juventud, mientras criábamos hijos, ayudabamos con tareas escolares, planchabamos uniformes, acompañabamos los proyectos de los maridos... Hasta que un buen día descubrimos que tenemos tiempo. Los chicos casi no paran en casa, los maridos desistieron de las locas ideas sobre el futuro y nosotras terminamos de limpiar/lavar/planchar/ a las nueve de la mañana. LLegó la hora de hacer lo que siempre quisimos y postergamos: estudiar alguna carrera, practicar un deporte de riesgo, escribir un libro... y así hasta el infinito. Tomamos impulso y avanzamos... para descubrir dos o tres días después que se nos pasó el cuarto de hora. Estudiar historia es lindísimo, pero la memoria se niega a registrar nombres, fechas y lugares. Mejor, pruebo con otra cosa. Ah!. Siempre quisimos escalar!. Gastamos fortunas en zapatillas especiales, cuerdas de sujeción, cuota de entrenamiento. El primer día está fantástico. El segundo lo pasamos en cama porque los huesos crujen con cada paso. Por una cuestión de salud, dejemos. Y con pesar caemos en la cuenta que a esta edad la vida nos reserva sólo determinadas diversiones, como tejer al crochet o aprender cocina.
Ultimamente estoy menos-páusicaLloramos por cualquier cosa, nos enojamos por pavadas, protestamos todo el día. Debe ser que estamos cerca de la menopausia. Y entonces todos nuestros temas de conversación giran sobre los calores, las mejillas coloradas y terminamos contando la aparición de los bigotes. ¡Pero sólo entre mujeres!. De ninguna manera se lo haremos saber a los varoncitos de manera directa. Ellos "deberán suponerlo" y en consecuencia comprendernos. A esta altura ya tienen que saber que las mujeres tenemos temas de los que no se hablan.
¿Cómo me tratás de vos, pendejo de mierda?La primera vez que nos dicen "señora" y nos tratan de usted, nos crean tal trauma que sólo podemos dormir previo consumo de dos Lexotanil. Puteamos a cuanto adolescente o joven se nos cruce porque es la prueba viviente de la edad que tenemos. Cuesta asumirlo, pero una se acostumbra. El problema surge cuando aparece un púber que nos tutea. ¡Mocoso insolente!, la sopa que te falta tomar para llegar a compararte conmigo. ¡A mí me decís señora, confianzudo de mierda!.
¡Un traductor a la derecha!Después está esa cosa tan argentina de cambiar el vocabulario cada dos por tres. Yo sé lo que es chapar, ir a un bar o pedir una tira de aspirina. ¿Qué me vienen con curtir, pab o blister? ¿Y qué cosa significa merchandising, ser pro o ejecutivo junior?.
Suerte que vos me entendésY si se trata de hablar con cogeneracionales que tienen la misma memoria (mala) de una, las conversaciones pueden ser desopilantes para cualquiera que las escuche, pero por suerte, nosotras nos entendemos, porque desarrollamos una especie de transmisión de imágenes. A continuación, un extracto de diálogo con mi amiga Betty:
-
Che, ¿te acordás de ese actor que trabajaba en esa película...?- ¿Cuál, el que tenía el pelo rubio y después se lo cambió?- Si, ese otro que hacía esta novela que iba no sé por qué canal y que trabajaba con esta chica que después se casó con este otro...- Ah, si. Buenísimo. Leí que estaba haciendo teatro. Una obra de un autor..., creo que norteamericano... en un teatro por Corrientes.- Sí. Ese. Me encanta. ¿vamos a verla?El papelón nuestro de cada día.Ser papelonera es algo que viene implícito con una desde el momento en el que nace. A mi me tocó llevarlo como karma desde que tengo memoria. Una se termina acostumbrando y al final lo acepta como acepta tener nariz aguileña o pelo oscuro. El problema es que no es lo mismo hacer un papelón, por ejemplo, a los 20, que caen simpáticos y hasta festejables, que hacerlo a los cuarenta y pico...
Tengo un pantalón marrón de vestir, que suelo usar cada vez que el trabajo me llama. El viernes pasado debía encontrarme con un ingeniero para resolver un tema de precios de una obra (pública). Salí de mi casa maquilladita y con la ropa planchada. Sólo cuando llegué al subte me dí cuenta que mi pulcro pantalón estaba descosido a lo largo de toda la raya del trasero. Es decir, me sentaba y se me veía el calzón completamente. Jamás llevo aguja e hilo en la cartera (¡eso es de viejas!), pero sí una abrochadora para eventualidades. Entré al baño de un bar y a modo de arreglo, abroché toda la parte descosida, con tan poco cuidado que la punta de los ganchitos quedó para adentro. Seguí mi camino contenta con la practicidad de mi solución, sólo que al sentarme, los alambrecitos se me empezaron a clavar en el traste. Aguanté estoicamente el dolor mientras gotas de sudor me caían por la frente. "¿quiere que baje la calefacción?" preguntaba el ingeniero. Lo peor fue darme cuenta cuando llegué a mi casa, que los ganchitos eran altamente visibles y cualquiera que me hubiese mirado, se encontraba con un verdadero "culo abrochado".
Callate y no digas nadaEsta década no es una edad. Es un karma, un silencio, un disimulo, una catástrofe o un pedido de auxilio. Por ahora describo sólo algunos de los muchos padecimientos que una sufre por culpa de los años. Si lo leyó, anotelo y callese. Porque a usted también le va a tocar. Ah, y si puede, sonría.*
* Agradecimiento público a Cristina Wargon, que siempre me inspira.