- ¡Mamá! ¿Dónde está mi dengue?
(*Dengue: especie de mandil que se cruza por el pecho y se ata en la espalda, típico de la vestimenta de bailarines asturianos)- No tengo idea, hace años que no lo veo. ¿Te fijaste en tu caja?
- ¿Mi caja? ¿qué es "mi" caja?
- La que dejaste sellada antes de irte a estudiar. Está en el último cajón de tu cómoda.
Un ramalazo de memoria pasó por mi cabeza. Cierto, yo había dejado una caja guardada con algunas cosas personales, cuando terminé la secundaria y ya próxima a irme para empezar la facultad. ¿Pero qué había puesto adentro?.
Ahí estaba. Era de las que te dan cuando compras botas. Grande, medio cuadrada. La había forrado con papel rojo y atado con hilo sisal. A modo de lacrado, le pegué una hoja de carpeta Rivadavia, rayada (últimos vestigios del colegio) con la inscripción:
"Cosas de Ginger - No abrir nunca" Y aparentemente me hicieron caso, porque aunque descolorida, la caja estaba intacta.
Me dió curiosidad y un poquito de temor. Quería ver su contenido pero tenía la sensación que los años más divertidos y despreocupados de mi vida, se evaporarían cuando levantara la tapa. Lo pensé un ratito y me encerré en el dormitorio, tijera en mano. Y corté el hilo.
Las cosas estaban un poco revueltas, así que las fuí sacando de a una. Lo primero, una entrada de cine, Dios sabe para qué película. Sólo decía: Cine-Teatro Sociedad Italiana, N° 162.
La dí vuelta y escrito con lapicera negra decía: "Hoy lo ví". No tengo idea a quién ví, pero supongo que se trataría del muchachito que me tenía loca de amor. Si hubiese anotado la fecha, también podría saber quien era. Pensé en dos posibles receptores de mis desvelos, y elegí a uno, el más lindo y simpático de ambos. El otro, ahora está gordo, feo y pelado.
Lo siguiente eran fotos. Supongo que las elegí para recordarme en órden cronológico: mi primer cumpleaños, un gato que me padeció, otra con mi amiga de toda la vida y su hermana, mis compañeros de escuela, con mi tía Beba, y mis intentos por aprender a bailar español.
Un paquetito de papel encerado estaba debajo. Me intrigó saber que podía caber allí. Duro como una roca, un chicle usado ocupaba el centro. Pido a todos los santos que me borren el recuerdo del lugar de dónde salió. Porque conociéndome, no me extrañaría que lo hubiese levantado del piso, si lo tiró alguno de mis pretendidos de entonces, y ¡hasta soy capaz de haberlo metido en mi boca! (puaj, que asco, que asco, puaj).
Al costado estaba una cajita de música, chiquita y blanca, que aún toca "Para Elisa". Y guardado como el mayor de los tesoros, un anillo de metal saltado con la inscripción "LOVE", de un tamaño desproporcionadamente grande.
Entre servilletas de papel con dibujos que tenían corazones cruzados por flechas e iniciales (las mías y las de un varoncito. M.S. ¿quién era MS, por favor?), estaba la estampita de mi primera comunión. Del año 73. Con angelitos que a mí, seguro no representaban.
Después venían todas las tarjetas que nos mandábamos con mis amigas para Navidad, fin de año, cumpleaños, viajes de vacaciones, porque sí, etc. Conté 26, y sólo cuatro de la misma persona. Escribíamos con faltas de ortografía, y casi el mismo discurso. Si la postal era de un lugar de veraneo, nos decíamos: "Te extraño mucho, quisiera que estés acá, porque la estoy pasando super bien". Algún psicólogo dirá que era una forma de decirnos: che, jorobate, yo estoy en Mar del Plata y vos en Ceres, pero creo que el discurso era cierto.
En una cartulina blanca, mi amiga Marta y yo nos habíamos jurado amistad eterna: "Martha y Ginger prometen ser amigas por siempre jamás. 07/08/76". Cuando terminamos la primaria nos separamos (fuimos a secundarias distintas) y no nos volvimos a ver hasta 26 años después. Sin embargo, cuando nos encontramos nuevamente, el año pasado, fuimos las mismas nenas de 11 años que escribieron esa nota.
Había un libro, Mujercitas, de bolsillo, y una dedicatoria que decía: "Siempre seremos amigas. Sandra G." (creo que nuestra amistad duró ese año y el siguiente), varias notitas que nos mandabamos en horas de clases con mis compañeras, una flor seca que supo ser clavel, unos muñecos informes de paño rellenos con mijo, un abanico pintado a mano, tarjetas personales de invitación a fiestas de egresados, y un sobre con lima de uñas.
No sé qué criterio utilicé para conservar esas cosas, fue hace 26 años. Saqué algunas fotos (las que estaban repetidas) y las reemplacé por una de mi casamiento, de mis hijos cuando eran bebés, de los cuatro juntos, de mis amigas ahora que somos todas mayores, y volví a cerrar la caja. La até nuevamente con hilo, pero antes me escribí una carta para el futuro. Para cuando vuelva a abrirla
¿Quieren saber que me puse? Para ello van a tener que esperar un tiempo... algo así como 26 años más.
# posteado por Ginger : 7:25 p. m.
haloscan |