Nadie puede negar la maravilla que significa Internet para las comunicaciones. Cualquiera de nosotros puede conversar con amigos que se encuentran lejos con sólo abrir una ventanita. Les podemos mandar fotos, escuchar música al mismo tiempo y hasta vernos las caras. Fabuloso.
Pero también impersonal.
Recuerdo que cuando todo esto era una fantasía sólo pensada por autores de ciencia ficción, cada vez que quería dar noticias mías a alguien, me tomaba el trabajo de comprar papeles perfumados, sobres con dibujos, y me sentaba en una mesa a escribir, tratando que mi letra fuera prolija y legible. Después iba hasta la oficina del correos y la enviaba, sabiendo que al receptor le llegaría varios días más tarde.
Desde hace varios años, a mi buzón solo llegan facturas para pagar, correspondencia laboral o publicidades impresas.
Hasta el viernes.
Junté casi sin mirar los sobres dirigidos a mi departamento, sabiendo que eran gastos de luz, teléfono, impuestos, revista del cable... y en medio había algo anormal: una postal de Guatemala. En el inverso, una letra parejita, casi perfecta, me saludaba y deseaba que conozca su ciudad. Tan grande fue la emoción, que subí gritando "¡recibí una carta, recibí una carta!". Mis hijos me miraban, seguros de haberme perdido para siempre. El estado de locura es común en mí, pero ahora era demasiado evidente. Traté de hacerles entender que ellos, productos de la tecnología, no podían comprender el alcance de poder tocar algo que había tocado quien me la había mandado. Que la letra era real, y no Arial 12. Que estaba escrita con una lapicera de tinta y no un sistema binario que creaba un símbolo. Que esa misma carta había estado en otra casa antes de llegar a la mía.
Y decidí reivindicar al correo tradicional. Porque esa sensación de felicidad la puede sentir sólo quien la vive.
Y me propuse enviarles cartas. Cartas con mi letra, para que me sientan cerca, para que tengan algo tangible mío, ustedes que son mis amigos.
Para que guarden un elemento real y no me dejen dentro de una computadora cuando se vayan a dormir.
Y me gustaría que ustedes hicieran lo mismo, siempre que tengan ganas. Que algunas mañanas el cartero nos toque el timbre para avisarnos que recibimos una carta, y nos sorprendamos con un amigo que sólo quiere saludarnos, que se tomó el trabajo de sentarse y escribirnos. Que pensó en nosotros.
Por eso les pido que en forma privada me manden su dirección (ginger.melusina@gmail.com) para poder hablarles desde otro lugar. Desde el lugar de las letras reales, las que aprendimos en la escuela.
Gracias Nicté por hacerme feliz.
# posteado por Ginger : 5:06 p. m.
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