Mi abuelo llegó de Rusia con una mano atrás y un título de ingeniero en la otra. Fue gracias a ese diploma que terminó en mi pueblo, construyendo la usina eléctrica. Ahí conoció a mi abuela que era hija de una familia "acomodada". Parece que ni bien se vieron, se enamoraron. Los padres de mi abuela se opusieron terminantemente a esta relación y la mandaron pupila a un colegio religioso en Rosario. Mi abuelo fue a buscarla y se escaparon juntos. Terminaron casados y tuvieron 9 hijos. Como todos los amores pasionales, los desencuentros suelen ser del mismo tenor. Un día mi abuela se cansó de las locuras del ruso y se divorció. Hace 70 años, cuando separarse era impensado. Pero nadie iba a decirle a mi abuela lo que debía hacer. Ella se quedó con los hijos y mi abuelo con la herencia de su mujer. Mi abuela también era una persona práctica: mandó a los mayores a vivir con su madre en un palacete de Federico Lacroze y se quedó con los cuatro menores en el pueblo.
Resistió varios años de puro cabeza dura, hasta que dijo basta y ella también partió para Buenos Aires con todos... menos mi papá. Porque mi padre heredó lo terco de su madre, y a los 16 años dijo que no pensaba mudarse. No importó las lágrimas que derramaron la madre y los hermanos. Él se quedó.
Aún con tantas divisiones familiares, los hermanos siempre fueron muy unidos. Yo me críe sin tíos ni primos, porque todos estaban aquí. Pero tenía algunas ventajas que aproveché muy bien: era la menor de la generación y la única a la que veían poco, por lo tanto mis tíos y primos me llenaban de regalos y atenciones.
Con el paso del tiempo murió mi abuela, y le siguieron los hijos mayores. Quedaron los cuatro que habían compartido infancia: mi padre y mis tres tías menores. Mi padre sigue en Ceres y a pesar de mis esfuerzos por traerlo, continúa con la misma decisión de los 16: no se irá del pueblo. Mis tías tuvieron una vida relativamente agradable, viven sin mayores preocupaciones económicas y disfrutan de la vida. A los setenta y pico que tienen las tres, están llenas de energía. Tanta energía que me agotan. Ellas mismas se agotan entre sí. Así como parecen trillizas siamesas por temporadas, por otras se pelean como criaturas. No necesitan muchos motivos, estas situaciones son aleatorias: basta con un día de mal humor de alguna para que dejen de hablarse. Y alcanza con que otra no recuerde que están enojadas para que vuelvan a pegotearse.
Cada vez que mi primo llama por teléfono después de las 10 de la noche, sé de antemano que hay algún lío en puerta. Por supuesto, ya estoy acostumbrada, pero algunas veces me olvido y voy a visitarlas en período de conflicto. En compensación, salgo con dolor de cabeza de escuchar la lista de reproches que se hacen entre sí, reproches que quedarán en el olvido cuando vuelvan a amigarse, cosa que puede suceder en cualquier momento.
Hoy almorcé con una (la menor), porque el lunes parte para Europa con la otra (la segunda) a visitar a mi primo (hijo de la tercera) que vive en Bilbao. Este debe ser el viaje número 6 ó 7 que hacen juntas y todos, absolutamente todos terminaron igual: se pelean en Paris, o en Atenas, o en Madrid y vuelven si dirigirse la palabra. Con la diplomacia que me caracteriza, el día que me contaron sobre este proyecto de viaje (que iban a hacer primero en agosto, después en septiembre y ahora afortunadamente ya tienen pasaje para octubre, porque no terminaban de ponerse de acuerdo), les dije: "¿Y si mejor va una primero y la otra después?". Quedaron pasmadas preguntándose porqué habría de sugerirles semejante cosa.
Si tuviera que definirlas, diría que son sumamente generosas, amables y educadas, pero terriblemente hinchapelotas.
Son mis tías y las quiero. Sólo una cosa me preocupa: ¡¡que por mis venas circula ese gen!!
# posteado por Ginger : 5:16 p. m.
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