Como bien me recordó Interior hace unos días, les debo el relato del porqué (según mi visión socio-cultural e intransigente), los argentinos somos considerados mala gente en todos lados. Así que en cumplimiento de la palabra dada, y antes que me olvide de nuevo, acá va la historia.
Si algo me ponía de mal humor, era escuchar a los extranjeros decir que somos soberbios, ladrones y mal llevados. Mi respuesta para esos casos era que generalizaban, que una golondrina no hace al verano (?) y que personas buenas y malas hay en todo el mundo, sea cual sea la raza o el lugar de nacimiento. Pero nada mejor que darse con la realidad de frente para entender a los demás. Y eso me pasó.
La cosa fue muy simple: mis anteriores salidas del país habían sido a lugares limítrofes, y nunca viajé con otros argentinos, excepto a Colonia (Uruguay) hace muchos años. En ese entonces me sentí ofendida cuando la guía de turismo, mientras recorríamos la ciudad vieja, nos aclaró que allí se podía cruzar la calle con tranquilidad porque los conductores respetaban a los peatones "a menos que el que maneje sea argentino". Sin embargo, volvimos sin lesiones ni contratiempos.
Pero en Brasil fue distinto. Los primeros días eramos un pequeño grupito de porteños y brasileros. Nos saludábamos amablemente y eso era todo. Pero la verdad nos sorprendió cuatro días después, con la llegada de un contingente de cordobeses y rosarinos que inundaron el hotel. Los descubrimos un jueves mientras íbamos a desayunar. El silencio que reinaba los días anteriores se había convertido en gritos de todos los tenores. Nos sentamos en una mesa que quedaba entre tres mujeres mayores con cara de profesoras de matemática y un matrimonio con cuatro hijos pequeños. Las profesoras hablaban entre ellas (hablar es una manera de decir, gritaban para que todos las escucháramos) sobre la "estafa" de la que habían sido víctimas. La queja era porque supuestamente su agente de viajes les había prometido un hotel 5 estrellas internacional, y éste era sólo 4. "Al final, es igual al hotel del Sindicato" decían, mientras yo pensaba en afiliarme urgente al sindicato de las damas, para poder acceder a un lugar así, con canchas de tenis, pileta, spa, sobre el mar impecable de Brasil.*.
Profesoras quejosas inspeccionando un mantel que les ofrecían. "Esto es una porquería, en Rosario consigo mejores", decían.Por el otro lado, la familia feliz alentaba a sus chiquitos a saltar sobre las sillas, servirse toda la comida posible y tirarla prácticamente sin tocar, al piso.
De allí fuimos a la playa, nos ubicamos en una sombrilla con cuatro reposeras y nos disponíamos a disfrutar del sol cuando un señor con cara de malo vino a reclamarnos el lugar. Lo mirábamos sin entender, sobre todo porque en todas partes había espacios desocupados. La explicación fue que él había visto esa sombrilla a las siete de la mañana y ¡la había reservado!. Le preguntamos adonde hizo semejante cosa, ya que eso no existe ahí. "Dejé una toalla en la reposera", nos contestó. Aquí debo aclarar que las toallas de playas se entregaban en un kiosco de bebidas, que eran recogidas por los mozos cuando no había dueños a la vista. Traté de explicarle eso, pero el señor (rosarino) estaba demasiado enojado para escucharme. Por supuesto, no me molesté en levantarme y le ofrecí que se instale en la sombrilla siguiente (a un metro y medio de la que ocupabamos). Se negó rotundamente. Él quería esa. Después de hablar solo varios minutos, se dio por vencido y se fue.
Ese era el señor que pretendía nuestra sombrilla. Pasaba y nos miraba con asco. Aproximadamente una hora más tarde fuimos testigos de una riña que estuvo a punto de llegar a las manos, entre un cordobes y un rosarino por una reposera. No es que faltaran, la disputa era porque ninguno de los dos quería caminar diez pasos para buscar otra. La pelea terminó cuando ambos decidieron
ir hasta la recepción, que quedaba a unos 20 metros, a pedir que les manden un empleado ¡Para que les traiga la reposera!. Juro que esa situación fue lo más parecido a una película de Woody Allen que ví.
Como buenos argentinos, la mayoría se llevó su termo y su mate para tomar en la playa. El problema es que hay que cambiar la yerba cada tanto. Los brasileros deben saber de nuestras manías porque instalaron unos cestos de basura muy simpáticos, y sobre ellos un cartel gigante que decía en castellano, portugues e inglés "Por favor, tire sus residuos aquí". Pero los argentinos estabamos de vacaciones, ¡estos brasileros no se pensarán que nos íbamos a levantar de nuestras sillas! No señor. La yerba usada va derechito a la arena! Además, el verde combina perfectamente con el blanco y al que no le gusta que mire para otro lado.
Cestos para basura en casi todas las palmeras.La playa impecable hasta ese momento, empezó a llenarse de papeles, cáscaras de bananas robadas del desayuno (porque por supuesto, sacaban frutas y las escondían en sus bolsos), y de nenitos arrancando las plantas de los maceteros.
Esos mismos nenitos llevaban baldecitos con arena y los tiraban en la pileta, pese al expreso pedido de ducharse antes de entrar. A esa altura me estaban por explotar las venas de la sien, así que me dirigí a un padre pidiéndole que leyera cuanto menos, los carteles. "Que limpien los brazucas" me dijo "para eso pagamos una fortuna por venir".
Que maltrataban a los mozos, que rompieron todas las hamacas paraguayas que estaban colgadas, que Maradona es un genio y Pelé un puto, está demás contárselos. Si se lo imaginaron, acertaron.
Mientras tanto las profesoras seguían insultando a Brasil, los padres discutiendo sobre las sombrillas, las madres tirando yerba hasta en el hall y los nenitos destruyendo lo que encontraran a su paso.
Volví con una sensación de vergüenza ajena y la más absoluta convicción que el resto del mundo tiene razón: somos unos maleducados.
*
En Argentina, los sindicatos de trabajadores tienen hoteles en distintos puntos turísticos del país. Aclaro que si bien son agradables, no presentan ningún lujo extra como canchas de tenis, spa o ese tipo de comodidades.
* Las fotos merecen un agradecimiento a la inestimable ayuda del Señor Teta, que me salva de la ignorancia, siempre.