El lector desprevenido puede caer en una verdadera confusión si decide buscar información sobre Rosacruces en Internet. Existen tantas sectas, logias y grupos que se disputan el nombre, que resulta difícil saber quien es realmente cada uno. Algunos dicen descender de antiguos faraones egipcios, otros aseguran poseer los secretos de "Las Bodas Químicas" de Rosenkreutz y los más osados juran ser sucesores de Saint Germain, el inmortal, que vive en ellos. Asimismo, se encuentran representados por símbolos coloridos, con letras góticas e iniciales misteriosas. Sin embargo los auténticos, aquellos que poseen el verdadero saber, se encuentran ocultos. No hay referencias suyas concretas, nadie los menciona. Pero existen.
Exactamente una semana después que el
el anillo, llegó la
la carta. Nuevamente el sobre sin remitente, sin sello postal. Mi nombre y dirección impreso. Sólo eso.
El sentimiento que me envolvió fue una mezcla de curiosidad y miedo. Quería llegar a mi casa y leerla, pero también sabía que estaba a punto de enterarme de una verdad que hasta ahora, adjudicaba a una broma amistosa. La saqué con cuidado y me decidí. La invitación era concreta: "aspirante". Nada más. No me explicaban como se aprobaba el exámen. Ni siquiera me preguntaban si estaba de acuerdo. El tenor era imperativo, aunque usaran la palabra "invitación".
La dirección no es lejana a mi casa. Quise asegurarme. Tomé el tren y bajé en el tumulto de Chacarita. La cuadra estaba llena de negocios, excepto por una casa y un edificio de departamentos. Ninguno correspondía al número. Pregunté por él y me señalaron una ferretería, antigua, sucia. Entré y pedí lo primero que se me ocurrió: un candado de combinación. Mientras el empleado buscaba distintos modelos yo trataba de grabarme en detalle el lugar. Nada especial, nada que me diera una mínima pista. Me reí de mí por creer que la carta era auténtica. "Sigue la broma" pensé. Compré el candado y mientras guardaba la factura en la cartera algo me llamó la atención: "Ferretería de Oscar Sucre" decía el papel. Nunca fuí buena para los anagramas, pero las letras se acomodaron solas en mi cabeza. Oscar Sucre... rosa cruces. Podía tratarse de una casualidad, o como suele ocurrir, veía lo inexistente en todas partes. Levanté la cabeza y busqué al dueño que se encontraba detrás de la caja registradora. Asintió levemente respondiendo a mi mirada y siguió con lo suyo.
Salí con una sensación que no podría definir, una mezcla entre miedo y curiosidad que todavía me dura.
Sé que no debería publicar este texto. No tengo idea qué se cruzó en mi camino. Sin embargo el sentido común me pide desesperadamente que no lo calle, como una forma de protección.
Todavía no sé si iré a la entrevista. Tengo una semana para pensarlo. Estoy asustada.